El reconocido actor protagoniza y debuta como director de cine en Cuando la miro. La riqueza de la contemplación, el espacio que le da a sus obsesiones y su reencuentro permanente con la creación.
A lo largo de su prolífica y prestigiosa carrera artística, a Julio Chávez le cupo el azar –si existen los azares– de participar en roles centrales de películas icónicas de diferentes momentos histórico-políticos de la Argentina. Uno de sus primeros papeles fue el de El Nene, el malvado sin ambages de La parte del león (Aristarain, 1978), una radiografía de nuestra sociedad y una de las mejores producciones de denunciaron elípticamente la dictadura eludiendo la censura. En Señora de nadie (Bemberg, 1982) interpretó a Pablo Toledo, el primer personaje explícitamente gay de la cinematografía argentina que escapaba a los estereotipos negativizadores recurrentes: no era delincuente ni una marica para hacer reír y blanco de burla, ni terminaba trágicamente. En 1986, protagonizaba La película del rey (Sorín, 1986), una ficción que daba cuenta de los años esperanzadores de la transición democrática.
Si algo le faltaba a Julio Chávez para coronar una formación artística integral era dirigir una película que también habla de nuestra época: la necesidad humana de comunicarse en tiempos en que el paradigma que reina está en las antípodas del diálogo. En Cuando la miro Chávez se atreve al triple rol de director, coguionista e intérprete para narrar el vínculo entre Javier, un maduro artista gay y Elena, su anciana –tan pronto libertina como prejuiciosa– madre interpretada por Marilú Marini. Javier filma a su madre fascinado por escucharla hablar y con el afán de comprender una vida y una relación que, en principio, parece truncada o distante.
–¿Cómo surgió y en que se inspiraron con Camila Mansilla para imaginar la historia de Javier y Elena?
–No nos inspiramos en nada. Escribimos este guión durante la época de la pandemia. Yo filmé a mi madre en una oportunidad. Mi madre falleció hace mucho tiempo y a raíz de eso empezamos a hablar con Camila sobre los registros fílmicos, acerca de las madres y los padres, acerca del arte y del sentido de dejar un registro. A partir de ahí surgió esta historia de Javier y Elena, este encuentro amoroso entre estos seres y de ahí Cuando la miro.
–¿Cómo construiste el personaje de Javier en tu triple rol?
–Lo escribimos, después se decidió que lo dirija y lo actúe. Para mí era fundamental para el personaje de Javier poder construir una mirada que esté dispuesta a recibir el objeto de la entrevistada que es su madre. La película es un homenaje a la mirada, al observador, al que mira. Y quise también construir un Javier que no sea reactivo, una persona que esté en condiciones madurativas de recepcionar este objeto sin cuestionar, sin criticar, que haga un trabajo de recibir. Era muy importante que Javier sea contemplativo y un artista porque queríamos hablar acerca del arte.
–Pensando cada obra artística como hija de su tiempo, ¿qué expresa la película de la época que vivimos?
–Esa reflexión precisa tomar distancia del momento actual, una perspectiva y una lejanía. Algo que la película tiene es un acto de escucha y de habla, de un ser que se expresa. Habla de un encuentro persona a persona, ser frente a ser, de una escucha que hoy no es muy común. La película intenta recordar que los humanos somos seres que se comunican. Cuando un ser humano habla y otro escucha existe movimiento, vida, y relación. La contemplación es todavía uno de los hechos humanos más importantes que hay: recibir el mundo y observarlo. De hecho, cuando quede el último ser humano en el mundo, cuando a ese ser humano se le apaguen los ojitos y no mire más, se terminó la existencia del mundo. Sin mirada, no hay mundo. También quisimos hablar de la ternura y de que los humanos podemos gustarnos por necesidad y no por vínculo. Elena y Javier son una madre y un hijo poco comunes y tienen un vínculo casi distante y lejano en tanto tales, pero como seres humanos se gustan. Es un encuentro casi por fuera del vínculo que tienen.
–¿Por qué Javier quiere filmar a su madre?
–Javier quiere filmar a la madre porque ella es un ser particular y él, siendo artista, sabe que si es él quien cuenta el relato va a ser injusto con esa mujer. A mí me pasó, en las ocasiones en que quise tener el protagonismo del registro, que no era del todo ecuánime. De joven, cuando hablaba de mi padre, otros amigos me decían «¡pero tu papá es divino, che!». Él era diferente de cómo yo lo narraba. Es una historia de amor o la historia del gran amor de Javier que es un ser humano que tiene el rol de su madre. También quería contar la historia de una fascinación porque, para Javier, Elena es un objeto fascinante.
–Es muy genuino el gesto de Javier de darle la palabra a su madre en tiempos en que todos parecen querer tomar la palabra en nombre de otros.
–Para mí sí, porque permite y no entra en conflicto. No quiere tener la razón. Seguro que Javier tiene otra versión de las cosas, diferente del relato de Elena, pero mira y deja que ella hable.
–¿Cuánto de autobiográfico hay en ese Javier que lo actúas vos, que, como vos, es artista, que, como vos, filmó a su madre?
–Me di el gusto de escribir el guión con Camila, lo dirijo, pongo en movimiento todo lo que es mi artista plástico porque todas las obras pictóricas del estudio de Javier me pertenecen. O sea yo, creo que no queda nada personal fuera de la película, pero, no en términos biográficos sino en término de mirada. Estoy más impresionado en términos profesionales que personales. Mi persona esta impactada por la expansión que tengo de poder expresarme como artista.
–Hay un momento cúspide en el que Javier se quiebra. ¿Cómo te impactó ésta película en términos personales?
–Todo lo que te conté tiene mucha repercusión personal. Sin embargo, no es una película catártica ni tiene impacto personal. Utilicé toda mi persona claro, pero, sobre todo, utilicé mi oficio. La protagonista de la película es un vínculo que tiene que ser construido de una manera delicada para que la película funcione.
–En este debut como director, ¿cuáles eran tus temores?
–Como es mi primera película como director, estaba muy preocupado de ser legitimado. Muy estricto a lo que yo creía que debía ser la posición de la cámara, el plano, el corte. Yo confío en que el propio relato tiene movimiento. Cuando un ser humano habla está construyendo una edición: produce planos generales, primeros planos… Yo como director quería colaborar con este encuentro. La cámara es la receptora de la situación. El cine puede ser sereno, tranquilo, acompañar y ayuda el registro y el relato. Tuve que alejarme de la idea de que, cuando más movimiento hay, más atractivo es el relato.
–Tu antecedente como director, intérprete y adaptador fue la obra La cabra. ¿Qué querías contar desde esa obra de Edward Albee que narraba la relación de un hombre locamente enamorado de un ovino rumiante?
–Era una comedia muy loca, claro. Pero, más allá de divertir, impulsaba al espectador a preguntarse sobre la naturaleza humana, sobre la naturaleza del amor que rara vez encuentra explicación y también sobre cómo respondemos a las decisiones afectivas de los otros. También interroga acerca de qué nos atrevemos o permitimos hacer en nombre de lo que deseamos y sentimos y hasta dónde cada cual puede hacer lo que se le antoja.
–Desde agosto volviste al teatro. ¿Qué es lo que te lleva una y otra vez a elegir Yo soy mi propia mujer?
–Esta obra de teatro tiene un atributo particular: la del actor contando un relato al espectador. La historia es la de una travesti que nació en el año 1928 y murió en el 2012 en Berlín, una historia verdadera, una partitura formidable para el intérprete porque tenés que hacer varios personajes y hacer de relator e imprimir en el espectador un trayecto de vida muy particular. Pleno nazismo: un hombre que se viste de mujer y sale a la calle. La historia y el fenómeno teatral son muy atractivos. Por eso lo hice en 2006, en 2017 y lo vuelvo a hacer ahora. Yo le dije a Agustín Alezzo en su momento. Es una obra para hacer en diferentes momentos de la trayectoria actoral porque te pone en jaque como intérprete. Podés transitarla e interpretarla en diferentes momentos de la vida y siempre me obliga a volver a interpelarme, a evaluarme.
–Al interpretar a un sindicalista corrupto en televisión abierta en 2019, te exponías a que el personaje fuera apropiado políticamente y de hecho lo fue. ¿Por qué, igualmente aceptaste el papel del Tigre Verón?
–La apropiación política duró muy poquito porque no había de dónde agarrarse. Agradezco que haya sido corto ese proceso de relacionar la serie con un ser existente, entre otras cosas porque me ocupo mucho de no hacer eso. No es lo que me interesa de mi oficio. Hago ficción para indagar en lo humano, para comprender, para involucrarme. No para distanciarme de lo humano o criticar a los personajes. Yo aprendo mucho como actor de lo que tengo que observar, del oficio y de mí mismo. Para mí fue un gusto interpretar al Tigre Verón. El Tigre Verón era un personaje que intenté construir con humanidad. Todo ser humano tiene zonas claras y oscuras, momentos soleados y de nubarrones. Podemos concluir que el Tigre Verón era un desastre, pero era un ser humano. No creo que haya muchos seres humanos que se despierten y piensen: «Hoy quiero hacer daño». Pero es posible que muchos de nosotros nos acostemos y pensemos «hoy hice daño», no porque lo queramos hacer sino porque vivimos y a veces suponemos que hay que hacer esto o aquello no tiene el efecto que va a tener. El Tigre Verón no quiere ser un corrupto, pero es un corrupto. «
Cuando la miro
Dirigida por Julio Chávez. Guión de Julio Chávez y Camila Mansilla. Con Julio Chávez y Marilú Marini. Estreno: 15 de septiembre, en cines.
11/09/2022
Adrián Melo
www.tiempoar.com.ar