Julio Chávez en Córdoba:

 

“Estar al pedo es lo peor que te puede pasar como ser humano”
Entrevista a fondo con Julio Chávez, que prepara una muestra en Córdoba con sus pinturas, pero antes viene con la exitosa obra teatral “Un rato con él”, que protagoniza junto a Adrián Suar.
Julio Chávez deja en claro de entrada que el ocio por el ocio no es lo suyo. “Yo por suerte no estoy al pedo nunca. Estar al pedo es lo peor que te puede pasar como ser humano; me dedico desde que me levanto y hasta que me acuesto a ocuparme”, dice el actor que por estos días pisa Córdoba para traer dos caras de su misma moneda artística: en el museo Caraffa estará presentando parte de su obra pictórica, y en el teatro, con Adrián Suar, estará dándole vida a la obra Un rato con él, una comedia dramática co-escrita con Camila Mansilla.

La trama de Un rato con él es simple: dos hermanos de distinta madre que no se ven desde hace mucho y se encuentran en una instancia de división de bienes a raíz del fallecimiento del padre.
Según Chávez, lo interesante es ver cómo cada personaje tiene reconstruidos los últimos años en su corazón, cómo el recuerdo de lo vivido marca el interior de las personas y el relato de sus vidas.

–Qué actores tan diferentes tiene el casting.

–Sí. Adrián es muy popular, muy querido, muy exitoso en lo que hace, ya sea películas o televisión. Tanto así que puede hasta vender productos haciendo publicidad. Yo no soy eso. Pero tenemos un hermoso encuentro en el trabajo. Y la obra que escribí es precisamente una obra de teatro, no un justificativo para que estemos. Hubiera podido ser, pero no es así.

–Eso también puede ser el secreto, ¿no? Que no sea ese el chiste.

–Es una obra de un enorme éxito y que convoca a todo tipo de público. Y lo interesante es que la pasa bien desde la abuelita hasta el colega que termina diciendo sorprendido “está bien, che”, porque no es lo que creía que iba a ver. Pero es así, exponer tu obra al mundo es un riesgo grande. Y eso se siente en todos los ámbitos.

–Igual se te nota más seguro, tal vez por el hábito de verte en ese rol, en escena o en pantalla que como pintor. De lejos parecés un tipo de fierro.

–No, de fierro es mi mentira. Soy muy vulnerable. Soy vulnerable al olvido, al tiempo. Y por eso no salgo nunca, no voy a fiestas y me llevo más o menos con las vernissages: tengo mucha ocupación todo el tiempo. Y me he ocupado de estar ocupado, ya no tengo tiempo de probar lo que la gente llama disfrutar.
–Es fuerte como concepto.

–Es que hay cosas que ya no entiendo. Como el término vacacionar. No tengo ni tiempo para entenderlo. El ocio y el disfrute, lo siento muchachos, no tengo tiempo para eso.

–Suena a tema resignado más que a resuelto.

–Es que no me parece que tenga que resolverlo. Finalmente entiendo que no tengo que poner mi energía ni mi interés en eso, lo que otros llaman vacación para mí es una realidad de todos los días, porque el trabajo es para mí una vacación. El trabajo terrible para mí, lo insoportable, es cuando no estoy trabajando. Yo vivo en el interior del trabajo, me divierto y la paso bien ahí.

–Tenemos una relación muy dura con la ocupación.

–Claro. Hoy es un deber que nos produce infelicidad. Para mí el verbo “hacer” es lo más hermoso del ser humano; cuando me dicen “Julio, tomate vacaciones” digo directamente “vacaciones las pelotas”.

A dos puntas
En esa diaria de no colgar jamás los guantes, Chávez también apuesta por su carrera como pintor. Pero no en el sentido económico del término apostar. “Yo uno todo: los conflictos son de mi pintor, de mi actor, de mi escritor. Y reparto la preocupación para que no se ahogue nadie, mientras uno está debajo del agua el otro toma aire. Y es la única forma de resistir tantas dificultades”, reflexiona.

–¿Cómo te llevás con ser más conocido por una cosa que por otra? ¿Te genera conflictos internos?

–Mirá. Uno puede ser pintor y no ser conocido ni por su vecino. Pero para que un actor exista tiene que haber por lo menos una persona que lo mire. El actor es el artista más obviamente egocéntrico y más pueril, el más inofensivo, el más desnudado. En otras artes tenés más protección, por decirlo de alguna manera. No me ha ido bien en ese intento de separar, no he logrado que se me conozca como artista plástico, y doy gracias a Dios que no me resintió.

–¿Por qué la posibilidad de resentimiento?

–Y, porque me pasó que en el día de la muestra de una obra plástica no conseguí que el objeto que yo había construido superara al cholulismo, y me resentí tanto que durante casi 10 años abandoné la producción de mi taller. La suerte de eso es que no le importó a nadie. Y que en ese tiempo crecí mucho entendiendo el trabajo y eso le vino muy bien a mi pintor.

–¿Te llevás mal con el cholulismo?

–No estaría bien de la cabeza si me llevara mal con eso. O debería ocuparme de tener una vida que me proteja de eso si me jode, ponerme gafas negras, andar oculto, del coche a la puerta y todo eso que no me interesa. Tengo 62 años, no puedo actuar como un idiota. Hay que tratar con respeto algo que producís, porque en definitiva es la expresión del otro y no tiene que tener menos valor que la mía. Por suerte hay algo que se llama selfie y es más rápido que firmar un autógrafo.
–¿La vanidad a esta altura ya no juega?

–A mi vanidad la tengo muy bien domesticada, ya sabe que va a comer de lo que yo decido. Siempre se trata de domarse a uno mismo, hasta mi vanidad tiene que saber que yo mando y que conmigo no se jode.

Relaciones peligrosas

Julio Chávez parece atravesar un momento relajado dentro del universo creativo caótico que habita. Y tal vez la manera en que se relaciona con la obra y con el concepto de lo que entendemos como obra, es un reflejo de esto.

–A tu pintor, a tu autor, a tu actor, ¿les interesan los legados, dejar huella, trascender de alguna manera? En otras palabras, ¿qué te gratifica?

–Mirá, me pregunto a quién mierda le importa si dejás un legado. Pero sí debo decir que hay momentos en que en mi variedad de ocupaciones en que siento una conciencia de que has llegado a comprender algo. Que tu profesión te traiga cada tanto la alegría del entendimiento, oler un poquitito de lo que habrán olido los grandes, ligar una medialuna del buffet, no tiene precio.

–¿Cómo sería eso?

–En el trabajo existen momentos, cuando decís una frase en el teatro y recordás a tus maestros cuando te aconsejaban “esa frase va de paso, lo importante es esta palabra, dejá que la oración se forme, no te interpongas, sé claro”. Y decís “ah, la mierda, estoy surfeando, estoy en la ola y no me estoy cayendo”, y te acordás de consejos de actores de 1890, y entonces te das cuenta: estamos todos unidos en una cadena. Ahí siento como en Fausto, cuando querés decir “tiempo detente”. Son ráfagas, después te trastabillás con un sorete y te resbalás de nuevo.
–No disfrutás de las vacaciones, no sos un tipo duro, falta que digas que sos pudoroso.

–Soy muy pudoroso.

–Qué contradictorio para quien te vea en un escenario.

–Es que cuando yo actúo nadie me dice todo el tiempo lo que piensa, pero ante una obra pictórica ocurre distinto. La última muestra que hice en Mendoza sentí que mi obra me decía que estaba molestando. Qué interesante el beneficio de un pintor que nadie sabe qué cara tiene. Podés ver cómo se mira o ignora la obra. Un privilegio.
La obra que queda quieta

Además de su visita teatral, Julio Chávez llega para presentar una muestra que contiene obras de tres años consecutivos de trabajo: 2014, 2016 y 2018. Y en esta instancia también habrá obras hechas para esta situación de museo, todo bajo la curaduría de Nora Dobarro, de quien el propio Julio Chávez fuera alumno de pintura, allá lejos y hace tiempo.

–¿Cómo es lo que traés al Caraffa?

–En esta muestra me siento mucho más despojado, mucho más relajado y más interesado en el mundo de la plástica y no en cuánto valor tengo yo dentro de ese mundo. Pensar cómo hacer para ser aceptado como artista plástico es una pelotudez. Mucho mejor es disfrutar con mi obra. Mostrarla. Y tengo que aceptar que vaya gente con la prima, la tía y la hermana, no para ver la obra si no para sacarse una foto. Y bueno, si es así, que así sea.

–¿Ya sabés que en estas situaciones “el chiste” siempre vas a ser vos?

–Sí. Y por suerte hay algo que se llama alcohol. No llega a ser un momento tenso, pero el mundo de la plástica es duro, la relación del espectador con la plástica es particular. Y yo produzco para mí humanidad, no para el problema de la plástica. Pero a tu obra la hunden o la legitiman factores externos. De eso no se puede escapar nadie.

EDICIÓN IMPRESA
El texto original de este artículo fue publicado el 06/05/2018 en nuestra edición impresa.
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