Política
Punteros. Entre la realidad y la ficción
Mientras los programas políticos brillan por su ausencia en los canales de aire, la serie de Canal 13 El puntero ya suma dos millones de seguidores. ¿Cuánto hay de realidad en esta ficción televisiva que cuenta la historia de Pablo Aldo Perotti, líder barrial en un territorio en el que se cruzan la necesidad más extrema, los planes sociales, la policía, los favores políticos, la droga? ¿Es así? ¿Así se construye poder político en la Argentina?
Por Laura Ventura | Para LA NACION
Ningún otro personaje de la TV actual como el que compone Julio Chávez en El puntero genera tanto interés, no sólo en los espectadores (dos millones), sino también en las audiencias más atentas a los avatares de la vida política.
Honestidad brutal o real politik, podría decirse. Desde que El puntero cautivó a los televidentes con su código de alto impacto, el universo y las criaturas que retrata se instalaron en las conversaciones de entre casa y entraron también en el radar de las ciencias políticas. ¿Así se construye poder político en el territorio bonaerense, en la Argentina?
La serie de Pol-ka, escrita por Mario Segade y dirigida por Daniel Barone, se ocupa de dejar en claro algo obvio: «Los hechos y/o personajes del siguiente programa son ficticios. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia». Pero la obviedad de la placa no responde todas las preguntas, aunque reconoce que puede haber similitudes. ¿Hasta dónde llega este parecido?
El puntero narra la historia de Pablo Aldo Perotti, el Gitano, líder del barrio 27 de Abril, en un territorio que parece aludir al conurbano bonaerense y que, a juzgar por sus viviendas precarias, la falta de cloacas y de cemento, y su poca formalidad institucional, se asemeja bastante al perfil de los hoy llamados asentamientos urbanos, eufemismo de villa de emergencia.
La serie pinta un mundo donde conviven la necesidad más extrema, el sacrificio de la gente para mantener a la familia, los ñoquis de la municipalidad, los planes sociales, la policía, los favores políticos y la droga, entre otros condimentos. En ese universo caótico, el Gitano es el referente de la barriada, santo y demonio, más allá de lo legal cuando es necesario, pero honesto en sus propios parámetros de solidaridad, lealtad y una difusa búsqueda de justicia social.
Pero si la serie viene armando revuelo, más allá de sus indiscutibles méritos artísticos, no es sólo por este personaje que podemos imaginar real, sino por esa articulación que se muestra entre el puntero, un dirigente de base, con los siguientes escalones de la política grande: el intendente, los concejales e incluso los diputados nacionales necesitados de movilizar gente para algún gran acto de mayor escala.
Pareciera que los creadores del programa hubieran detectado esa mezcla de curiosidad, temor y prejuicio con que la clase media suele mirar los fenómenos políticos surgidos de la informalidad y la pobreza. Expresiones reales, de larga tradición, regidas por una lógica diferente y a veces escandalosa. Pareciera que los creadores hubieran puesto la lupa justamente allí, en esa terreno donde la política mete los pies en el barro.
Entonces, ¿es así? ¿Así se construye poder político en el territorio bonaerense?, podría preguntarse el espectador que suele otorgarle a la ficción un valor de realidad.
Sin conflicto no hay historia
Lo primero que dice el guionista, Mario Segade, es que, por supuesto, sólo se trata de ficción. ¡Cómo no creerle! Es evidente que si un solo barrio del Gran Buenos Aires generara semejante conflictividad todo el tiempo -robos, asesinatos, drogas, violencia, corrupción policial, fraude, prostitución, etcétera- ya habría sido intervenido.
Sin conflicto no hay historia que contar, y la hipérbole de El puntero responde evidentemente a las necesidades de impacto televisivo y de crear una trama cautivante. Sin embargo, el mismo Segade explica que para nutrir este guión visitó barrios como el del programa, recorrió sus calles de tierra, habló con punteros y militantes «del más variado pelaje» y leyó buena parte de la investigación académica que se ha ocupado del tema. Entre ella se encuentran los trabajos de Javier Auyero, profesor de la Universidad de Texas (Austin) y -gracias a libros como Favores por votos y La política de los pobres- autor de referencia sobre estos temas. También Rodrigo Zarazaga, sacerdote jesuita que hoy cursa un doctorado en Ciencias Políticas de la Universidad de Berkeley.
Estos dos estudiosos no escriben desde la distancia del académico, sino de una realidad que conocen bien. Auyero aprovecha cada receso de su actividad docente en los EE.UU. para realizar trabajo de campo en el sur del territorio bonaerense. Zarazaga vivió en las zonas más humildes del partido de San Miguel durante 7 años y convivió con referentes barriales.
Con la jerga del académico y también la del testigo, destierran varios clisés -todos detractores- sobre el trabajo del puntero (incluido el modo en que se los llama, de evidente tono peyorativo). Auyero destaca la «ambivalencia» de estos agentes: «Controlan, dominan, pero también son los únicos agentes del Estado que está ahí, en los territorios más relegados, atendiendo las necesidades de los más desposeídos».
Zarazaga coincide con Auyero. El puntero está ahí. «Suele pensarse que emerge ante la ausencia del Estado pero en rigor los punteros reciben sus ingresos del Estado y manejan recursos que provienen de allí. Por lo tanto, más que emerger ante la ausencia del Estado son la presencia arbitraria y discrecional de éste», explica el religioso.
María Matilde Ollier, politóloga y autora de la reciente investigación Atrapada sin salida. Buenos Aires en la política nacional pone el foco en un aspecto que la tira refleja y que ella constata en sus investigaciones de campo: que los jefes barriales obtienen sus recursos del gobierno local y de otros niveles gubernamentales. Además, las disputas entre el «Gitano» y su rival local reflejan bien que no hay «un aparato bonaerense», sino varios aparatos.
Reconocido y necesario para el Estado, ningún puntero puede subsistir sin el dominio de «su gente», en «su zona», como muestra la ficción del 13. El puntero lleva a cabo una labor cotidiana, un trabajo de hormiga que luego, se espera, repercutirá en las urnas. Auyero explica que la tarea del puntero se basa en una relación de confianza que se construye todos los días: «Los antropólogos hablan de una relación de reciprocidad difusa: el puntero, para ser un exitoso mediador ni siquiera tiene que pedir el voto. Los que están ahí saben a quién votar, que su puntero estuvo ahí, todos los días, mucho antes y mucho después de cada acto eleccionario».
Así también lo ve Nicolás Ducoté, fundador de la ONG Cippec y hoy volcado a la política. «La ineficiencia del Estado, sobre todo en los conurbanos más importantes, genera una oportunidad para la intermediación entre la política y la gente, y ese lugar de intermediación lo ocupa el puntero, un proveedor de servicios sociales que privatiza una parte de la gestión estatal: el puntero hace favores, facilita trámites, acompaña a los vecinos en sus gestiones», señala. Pero «la contraprestación electoral, es decir el voto, no siempre se da de manera directa. Por lo general, se busca llegar desde el afecto más que desde la exigencia, que puede producir una resistencia».
«¿Por qué te apurás? La política no es eso; es otra cosa», reprende el intendente Iñíguez (interpretado por Carlos Moreno) al Gitano, luego de que el líder barrial mandara a robar un laboratorio para conseguir remedios para un enfermo, en lugar de esperar la gestión de la municipalidad. Iñíguez camina cómodo por la vía tradicional de la política, por los vericuetos de la burocracia, y debe contener a estos dirigentes barriales que lo presionan con tiempos más inmediatos. La ventaja comparativa de ellos (y su poder para hacerlo quedar mal al intendente frente a los vecinos) no es sólo que están in situ, junto a su gente, sino que además son ejecutivos en la satisfacción de las demandas. Fuera de la ficción, algunos punteros muy poderosos cuentan también con su «estructura partidaria»: «Tienen asesores y hasta voceros de prensa», lanza una dirigente barrial que prefiere el anonimato. Y un jefe comunal de un importante distrito del conurbano, que prefiere el resguardo del off the record, agrega: «Yo domino a los punteros. El problema es cuando te dejás sobrepasar. Los intendentes siempre están por encima de él, y cuando no, se desmadra todo. Macri no tiene control en las villas, por eso le pasó lo de Soldati».
Sin embargo, tal como muestra descarnadamente la ficción de Canal 13, las prácticas informales no se aplican sólo al último eslabón, el puntero, sino que se registran en los siguientes eslabones de la construcción política. Concejales, intendentes, diputados…algunos con intenciones de verdadera vocación pública, otros con el único interés de hacer negocios, pero todos, quien más quien menos, con la lógica del pragmatismo por encima del apego a las normas.
¿Es posible para los intendentes hacer política sin punteros? A Fernando Gray, jefe comunal de Esteban Echeverría y ex secretario de Alicia Kirchner en el Ministerio de Desarrollo Social, le gusta presentarse como el intendente que corrió de su distrito a estos dirigentes barriales. «Yo tengo una forma particular de hacer política que me costó enfrentarme con los punteros. Trabajé mucho con los miembros de las ONG en las elecciones para tener nuestros propios fiscales y eso me costó otro enfrentamiento con los punteros», asegura.
Además, Gray asegura que se puede eludir a esos intermediarios dándole impuslo al «vecino común», una figura poco definida con la que busca diferenciarse de la del puntero.
Pero, ¿qué distingue entonces a los punteros de la «gente común»? Las aspiraciones y el sueño de abandonar las prácticas informales parecen ser la respuesta, según Gray. El personaje del Gitano Perotti, en contrapartida, sueña con convertirse en intendente. Pero ¿no son estos «vecinos comunes» a los que se refiere Gray punteros en potencia? El jefe comunal dice que no. La realidad parece más compleja. De hecho, muchos intendentes tuvieron sus inicios políticos como punteros y antes de eso habían sido «vecinos comunes». Algunos incluso, llegaron a ser ministros.
El intendente de San Fernando, Osvaldo Aimieiro, en cambio, confiesa que los punteros de su municipio trabajan en sintonía con él y dice que llamar «punteros» a estos líderes comunitarios es una descalificación que equivale a otra: «los barones del conurbano» cuando se habla de intendentes. Traza un antes y un después del accionar de estos dirigentes barriales, a partir del gobierno de Néstor Kirchner. «Los punteros hoy no manejan ningún plan social, todos están bancarizados, así es imposible que los punteros estén metidos en la asignación de recursos, perdieron poder».
Sin embargo, esto no parece ser así necesariamente, o no en todos los casos. Como dice un calificado conocedor de la realidad política: «Si en la teoría los planes como la Asignación Universal por Hijo deberían acotar el campo de acción de los punteros -dado que se puede tramitar y cobrar el beneficio sin intermediarios-, la realidad indica que mucha gente en los barrios humildes no sabe que tiene ese derecho, o no sabe cómo gestionarlo. Entonces, una vez más, el puntero vuelve a hacerse necesario.»
Tufillo a vieja política
Perotti, el puntero de la ficción, más cerca del santo que del demonio, parece encarnar lo mejor del trabajo del puntero, una criatura popular, de origen conservador. Auyero explica que la génesis de estos líderes comunitarios no tiene que ver con el peronismo, sino con los partidos conservadores de comienzos del siglo XX. Este fenómeno de la política trasciende nuestro país y se presenta con sus variantes en varios puntos de América latina.
Sin embargo, la mala reputación de los punteros no se registra sólo en la clase media. Sus propios vecinos, muchas veces, tienen motivo de queja. Margarita Barrientos, directora del comedor Los Piletones, de Villa Soldati, denunció la «utilización» que hacen algunos punteros de los alimentos que reciben («aquí hay otros comedores, pero venden la mercadería a almacenes y mercaditos, en vez de cocinar», dispara). Barrientos, ganadora del Premio La Mujer del Año en 1999, fue además una voz calificada durante la toma del Parque Indoamericano, que el año pasado dejó un saldo de tres muertos. En ese momento, denunció la responsabilidad de dos punteros que estaban vinculados con la venta espuria de terrenos.
¿Por qué el Estado necesita todavía de estos intermediarios con tufillo a vieja política? Zarazaga propone una respuesta: «La falta de institucionalidad estatal para distribuir en forma ecuánime bienes y servicios públicos otorga la oferta de éstos a los punteros. La dinámica no es fácil de quebrar sobre todo porque beneficia a quienes tendrían más posibilidad de cambiarla».
Vecinos y líderes. Proveedores y receptores. Testigos y protagonistas. Los punteros juegan un rol activo en la vida política argentina. Son aquellos capaces de encender un reclamo y también de opacar una gestión. Como canta Bomba Estéreo en la cortina musical del programa, en el que el puntero tiene un poder que a veces vela y otras arde: «Fuego, mantenlo prendido, fuego. No lo dejes apagar».
DESTACADOS
Julio Chávez
«Nosotros hacemos ficción» »
«El programa, frente a lo que uno ve, es sumamente light. El rol de puntero existe en la realidad, pero nosotros hacemos una ficción. No es un programa que esté puesto para dar lecciones o tomar partido; para mí, aquí el juez es el arte. El mayor desafío es no idealizar al «Gitano»; no embellecerlo ni afearlo. Me importa humanizarlo y que el tema no se imponga por encima de eso». Julio Chávez, en la piel del Gitano Pablo Aldo Perotti, el puntero.
Rodrigo de la Serna
«Ojalá que mi labor pueda ayudar»
«Está en cada uno, en mí y en el espectador, tomar lo positivo de lo que se cuenta de una realidad social que ocurre. Trabajo con cuestiones sociales. Ojalá que mi labor pueda, en cierto modo, ayudar para posar la mirada de algunos en la situación de marginalidad de tanta gente».
Rodrigo de la Serna despliega una actuación consagratoria en el personaje de Lombardo. El actor lleva a cabo una fuerte actividad social en Ingeniero Maschwitz, donde vive.
Mario Segade
Profesión : guionista y dramaturgo
Edad : 45 años
Origen : argentino
¿Cómo te sumergiste en el mundo de los punteros, las villas y la política en los barrios carenciados?
A mí siempre me interesó el universo de la política. Desde lo personal, siempre me interesaron estos tipos tan poderosos, desde los más grandes hasta los más pequeños. Visité muchas villas, barrios carenciados, comedores. Muchos noteros de radio me ayudaron para lograr los contactos con referentes del más variado pelaje.
¿Cómo es el puntero que construiste para esta ficción?
Yo construyo un puntero que le convenga al show, que es verosímil, pero no verdadero. El aspecto punteril de la ficción no es central, hay otros más. No es un reality del conurbano; se trata de un puntero posible y también importa mucho su vida privada. Es ficción pura. El Gitano es un personaje apasionado, que llegó a la política con la ilusión de un cambio. Cree que el fin justifica los medios. A veces, es capaz de hacer la vista gorda. Tiene algo de Robin Hood. A él se le opone una figura más intransigente como el personaje dede Gabriela Toscano [pareja de Perotti y empleada de la municipalidad].
¿Qué repercusiones tuvo el programa?
Miles. Primero, había cierto temor en algunos sectores que pensaron que El puntero venía a ser parte de la pelea del gobierno con el grupo Clarín. Luego se dieron cuenta de que no lo es. Segundo, en las villas y barrios se produce mucho movimiento cada vez que están las filmaciones, quieren participar. Yo trato de ir seguido a las grabaciones. Muchos de los actores que participan en las escenas son gente que vive allí. En tercer lugar, me pasó que con Vulnerables daba charlas en la Facultad de Psicología. Ahora también me llaman para hablar de esta realidad. Yo siempre aclaro: «Es ficción».
¿Tuviste miedo de generar polémica?
No tengo problema en que se genere polémica. Dejo la sangre en cada capítulo. Tengo mi propia ideología. Creo en la política como herramienta de cambio. Creo en la militancia..