Con el estreno previsto para hoy de «El rancho (una historia aparte)», Julio Chávez cierra un ciclo de tres obras que lo tiene como director y autor. Semejante exposición pública parece no condecir con su personalidad. Es que Chávez es un tipo que encuentra su eje en privado, lejos del bullicio de la «carrera» de un artista.
Pero viniendo de una persona como él, todo tiene su explicación. El talentoso intérprete y artista plástico venía mascullando estas obras desde hace años. «Hace mucho que trabajo de una manera más privada, más cavernícola. Que haga estas obras con actores que conozco, que entreno; que se hayan estrenado para poco público, en mi estudio (que es como mi casa), me ha dado mucha serenidad», dice muy pendiente de su propia voz y de los comentarios de su eventual interlocutor. Así es él.
Las dos obras previas al estreno de esta noche en el Teatro San Martín fueron «Maldita sea (la hora)» y «Angelito pena». Conocedor del paño teatral, una vez puestas a rodar, dice que entraron a jugar los avatares del circuito, los avatares de la mirada de los otros. «Son como arbolitos que, luego de estar muy cuidados, quedan expuestos a la intemperie con la impresión de que se van a romper. De todos modos, es un aprendizaje; forma parte de mi necesidad expresiva», señala.
Luego de esos dos montajes que significaron sus primeros trabajos como director y autor teatral, confiado en su propia intuición, llamó a Kive Staiff, director del San Martín, porque sintió que «Rancho» era para la sala Cunill Cabanellas, ese mismo espacio que conoció como actor en «El pelícano», dirigido por David Amitín.
Staiff presenció la obra en el estudio de Chávez y, al poco tiempo, quedó en la programación de la sala oficial. «Cuando entrás al San Martín -explica- uno tiene sus temores, sus gustos y sus opiniones a priori, de manera que a quien más tuve que domar fue a mí mismo. Pero me di cuenta de que no tenía sentido lidiar con mis anticipaciones. Conozco mi material y sé lo que necesita. Por suerte, me topé con personas que entendieron la sencillez de lo que pedía.»
Por sencillez, Chávez no se refiere tanto a las necesidades escenotécnicas sino, según sus mismas palabras, «a la manera en que se piden. De todas maneras, fue todo agradablemente pedido, agradablemente realizado y agradablemente concluido».
El tríptico Chávez
Apunta el protagonista de «El oso rojo»: «Las tres obras son materiales que no tienen nada que ver entre sí, aunque sí las une el humor, un humor a veces un poco hiriente». A diferencia de las obras anteriores, «Rancho» se presenta como una construcción colectiva entre los actores Leandro Castello, Luz Palazón, Mercedes Scapola Morán y el mismo Chávez. El armado tuvo algo de la obsesividad de los buenos trabajos artesanales en constantes idas y vueltas con el trabajo de ensayo. «Soy un autor que necesita relacionarse con los otros. Ahí mi imaginación se despierta», sostiene. Dice este hombre de teatro y de las artes plásticas: «Es una manera de trabajar que me ayuda. Es la forma más linda que tengo para relacionarme y abrirme al otro».
Alejandro Cruz LA NACION VIERNES 19 DE MARZO DE 2004