Signos. Miniserie. Miércoles a las 23 por El Trece (repite jueves a las 22 por TNT). Con J. Chávez, C. Fontán, R. Carnaghi, A. Ajaka y elenco. Guión: Leandro Calderone y Carolina Aguirre. Producción: Pol-Ka y Turner Broadcasting System Latin America. Dirección: Daniel Barone.
Por Leni González
Antonio Cruz (Julio Chávez) es médico en un pueblo donde todos se conocen. Vive con su hermana Laura (Claudia Fontán), de profesión policía, mamá y separada del fiscal Pablo Agüero (Alberto Ajaka). Pero Antonio no es lo que parece. Detrás de su carácter bonachón, hay un hombre que guarda un rencor mortal desde hace 46 años. Fue a los diez cuando le tocó sufrir el asesinato de su madre ante la indiferencia y la crueldad de los otros. Hoy, a los 56, decide vengarse, uno por uno de los responsables de aquella injusticia. Pero no de cualquier forma sino según el Zodíaco, en homenaje a su propia madre que era astróloga y le había enseñado sobre el influjo de los astros.
Todo esto lo sabemos desde el principio. La matanza comienza con Géminis; luego, Cáncer; tercero, Leo y así. Cada signo tendrá su capítulo y sus respectivos asesinados de manera alegórica, producto de una mente superior a la media pueblerina y profundamente consustanciada con la astrología. La única persona que parece capaz de descubrir la macabra trama es nada más y nada menos que la compungida Laura, la hermana del asesino quien, por su parte, insiste en levantarle la autoestima y convencerla de que tiene la verdad ante sus ojos.
Con la verdad ante sus ojos, a los espectadores lo que les queda por saber es cómo será la puesta en escena de la próxima muerte y qué culpa tuvo el ajusticiado en el dolor del pequeño Antonio. El recurso del flashback brinda, en parte, esa información; la otra parte la declara el adulto Antonio ante su víctima unos instantes antes de consumar la venganza. Y que pase el que sigue.
El protagonista parece alienado del resto del elenco. Así como en “El puntero” era el emergente lógico de ese barrio y su gente, en “Signos” hay dos registros distintos que incomodan, el de la oscuridad del personaje con el colorido “muy Pol-ka” del pueblo, como si lo de Chávez se inscribiera en otro trazo sobre lo demás. Tampoco fluyen los momentos con Fontán –la más destacable, a cargo del personaje que debe transformarse– y menos con Ajaka, exageradamente desquiciado.
No importa, entonces, a qué nos haga recordar. Mejor no acordarse. A “Signos” le falta verdad no porque mienta sino porque no convence de que lo que vemos importa. Una sucesión de acrobacias con mucha sangre pero sin corazón.