Las tragedias interiores


Hay veces en que el cine, afortunadamente muchas veces, narrado desde la cotidianeidad, desde el silencio, desde el gesto más insignificante y rutinario pero certero, desde las miradas más simples y llanas, desde el planteamiento más humilde, nos alcanza mucho mas allá de lo que la maquinaria cinematográfica emocional y pretenciosa más compleja, que llega tan sólo a erizarnos levemente la piel. Esto, propio para algunos ajeno para otros, forma parte de la esencia misma del cine, del concepto y del poder que cada uno quiera otorgarle a lo que hace para la pantalla o a lo que decide ver en la sala oscura. De Argentina van llegando perlas que deberían hacer palidecer de envidia a nuestro cine patrio. No lo harán porque pasarán como un susurro por las carteleras y en este caso, porque ni tan siquiera es una comedia, ni sale Ricardo Darín, ni está estructurada para funcionar como un reloj cinematográfico por donde a cada minuto hay una risa, un llanto, un diálogo fresco… «El custodio» es cine de la tristeza, cine contemplativo, reflexivo, de otra raza emocional mucho más próxima a «El viento» de Mignogna que al cine de Campanella aunque a todos les una busqueda de humanidad en sus personajes. Más cine de la incomunicación, más Antonioni, más gestual y escenificada en su sencillez «El custodio» es un puñetazo lento pero contundente a la diferencia de sociedades, a las tragedias interiores. Cine festivalero, gran Julio Chávez.
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