Crítica de La película del rey, por Jorge Abel Martín. Publicada en Tiempo Argentino. 29 de agosto de 1986.
La belleza y la calidad se imponen en la ópera prima de Sorín, con estupendas labores de Dumont y Julio Chávez.
Si además de las habituales calificaciones de los films para control de la minoridad hubiese otras, seguramente “La película del rey”, bellísimo film inicial de Carlos Sorín, sería declarado “sólo apto para apasionados, locos y delirantes, y absolutamente prohibido para indolentes”, porque sólo aquel que tenga un poco de pasión, de locura y de delirio podrá gozarla en plenitud, podrá sentirse transportado desde la platea hasta la mitad de la pantalla, y formar parte de esa corte’ milagrosa que acompaña las pasiones de Orllie Antoine de Toumens, en 1861, y de David Vass en la actualidad.
‘La película del rey’ parte de dos hechos reales; y los conjuga en una ficción lúcida, inteligente, sensible y divertida. Por un lado, la aventura dcl insólito Orille, un,oscuro procurador de provincias de origen francés que, atraído por ciertos comentarios, llegó a estos lares hacia 1860 para autoproclamarse rey de la Araucania y la Patagonia, al estilo de una monarquía constitucional inspirada en los patrones de la Revolución Francesa. Por el otro, las desventuras -también reales- de un equipo de filmación argentino que en 1972, capitaneado por Juan Fresán y Jorge Goldenberg, quiso rodar las – vivencias del primero en un film que quedaría inconcluso: “La nueva Francia”. Ambas anécdotas se fusionan y convergen (con un confeso y nada disimulado homenaje al genial François Truffaut de “La noche americana”) en la odisea de David Vass, un cineasta contemporáneo, que contra viento y marea quiere concretar su film.
Eminentemente cinematográfica, apelando más a las imágenes que a las palabras, “La película del rey” transita ambas desventuras con una saludable cuota de humor, que no surge del chiste barato, sino de la sucesión de descalabros que origina la filmación en la zona patagónica. Los inconvenientes comienzan cuando el presunto productor, “se borra” del proyecto. El joven David Vass no se detiene y con su jefe de producción, se las ingenia para iniciar el rodaje, buscando para el elenco (las “estrellas” han desertado ante la falta de divisas) ignotos callejeros que respondan al physique du rôle: OrIlie será
el artesano de una feria hippie, la madame del prostíbulo, una auténtica prostituta “levantada” en las inmediaciones del puerto; el cacique, un obrero de la construcción, y así sucesivamente, en una secuencia que se cuenta entre las más brillantes por su concepción y realización.
Una vez en la Patagonia, los problemas se suceden uno detrás de otro, pero la pasión, la locura y el
delirio de David no se detendrá ni ante la falta de extras (en comiquísima resolución verbal y visual)
ni después del abandono de los técnicos y hasta los improvisados actores (estos serán reemplazados por
maniquíes en rico alarde de concepción vital y visual), ni por los múltiples inconvenientes que su
mínimo equipo le acarrea (la escapada del homosexual, la decepción de la “estrella” brasileña). Sin
embargo, jugando al cine dentro del cine, “La película del rey” no habla sólo de cine: habla del
esfuerzo, de la pasión, de eso que nos falta a muchos de los argentinos, como para poder llegar a ser
aquello que debemos, y que no somos, generalmente por individualismo, desidia o indolencia.
“La película del rey” es un canto a la fe, a la vida, y también al esfuerzo conjunto (aunque la
conjunción, en el final, se limite sólo a dos personas: David y su jefe de producción). De factura
técnica impecable, la obra de Sorín (que a partir de mañana nos representará oficialmente en el
Festival de Venecia) elude los convencionalismos, y suma méritos a los varios exponentes del cine
argentino del año, que testimonian su crecimiento: “La República perdida”, “El exilio de Gardel”, “Otra
historia de amor”, “Miss Mary” y ‘Yerros de la noche”.
Interpretada por un elenco no estelar, “La película del rey” tiene estupendas actuaciones. Ulises
Dumont luce impecable (y eludiendo ciertos tics de trabajos anteriores) al conjugar la frialdad y la
ternura de su jefe de producción. Por su parte, Julio Chaves reitera, una vez más, su condición de gran
actor en el personaje de David Vass, que le permite desarrollar un rico juego interpretativo. Junto a
ellos, son un hallazgo las composiciones de ViIlanueva Cosse (el homosexual), Ana María Giunta (la
prostituta) y David LleweIlyn (el extra que aspira a ser estrella), mientras Miguel Dedovih responde
con fidelidad a su Orille y Roxana Berco sobreactúa, por momentos, a su vestuarista. Otros intérpretes
no habituales han sido sabiamente captados por Sorín y convertidos en coprotagonistas: el paisaje y el
viento patagónicos, de roles determinantes en la historia.
La estupenda fotografía de Pablo Courtalón, la acertada escenografía y vestuario de Margarita Jusid, el
certero montaje de Alberto Yaccelini y el claro sonido de Bebe Kamín y Miguel Ángel Polo son méritos
que contribuyen a redondear las excelencias de este film para disfrutar de punta a punta, don-de la
bellísima partitura musical de Carlos Franzetti es un trabajo infrecuente en nuestra cinematografía.
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