LA BALLENA con Julio Chávez – Dirección: Ricky Pashkus – Por Dra. Raquel Tesone / Rachel Revart

La obra de teatro «La Ballena», protagonizada por Julio Chávez en el papel de Charlie con inconmensurable dimensión psicológica, tiene una carga emocional muy fuerte. Lo acompañan un gran elenco: Laura Oliva, Carolina Kopelioff, Máximo Meyer y Emilia Mazer.

La puesta en escena de Ricky Pashkus, funciona como un dispositivo escénico que organiza un campo transferencial con los espectadores encadenando escenas como una coreografía que arma una conexión directa con el público, algo que funciona muy diferente al cine. Una ventaja que tuve al ver la obra es que no había visto antes la película «The Whale» (2022), así que llegué sin imágenes ni ideas previas. Esto me permitió acercarme a la historia desde un lugar más limpio, sin prejuicios.

Charlie es un hombre que vive encerrado en su casa por su obesidad extrema y una grave condición cardíaca. Y Chavez lo interpreta como un síntoma, resultado del duelo por la pérdida de su pareja y el sentimiento de culpa que lo consume. Su cuerpo habla por él: le cuesta respirar, su voz está apagada, no se mueve casi… todo su ser refleja un dolor psíquico que no puede expresar con palabras. Su cuerpo «dice» lo que él no puede. Un cuerpo que ya es toda una re-presentación y es el discurso de lo Inconsciente.

Charlie trabaja como profesor de literatura dando clases por internet, pero ya no tiene energía para sostener eso ni para seguir conectado con el deseo de vivir. Solo hay una chispa que lo impulsa: quiere reencontrarse con su hija, a quien no ve desde hace años.

Ellie, su hija adolescente de 17 años, entra en su mundo cerrado de forma brutal. No viene a consolarlo ni a perdonarlo. Tampoco se deja victimizar. Ella no espera nada de él, y Charlie tampoco espera lástima de nadie.

Carolina Kopelioff interpreta a Ellie con inteligencia y sutileza emocional: es desafiante, provocadora y sabe manipular a su padre, y detrás de esa rebeldía se esconde un fuerte dolor por el abandono que vivió.

Charlie dejó de verla cuando se enamoró de Alan, un ex-alumno. Después, Alan murió, y ese duelo fue tan fuerte que se transformó en su enfermedad. Charlie nunca logró soltar ese amor, ni cerrar la herida con su hija. Lo lleva todo adentro, sin resolver. En ese sentido, no hay una pérdida en tanto tal, porque no existe una posible sustitución. Charlie incorpora ese cadáver exquisito (“se lo come” en su goce mortífero), al igual que a su hija con la que tampoco elaboró la separación pero la diferencia es que Ellie está viva dentro y además, es una presencia potente fuera de él. Podemos pensar que hay un intento de Charlie, quizás tardío, por reparar ese lazo roto. Pero también puede que busque que ella lo rescate de su propio vacío. Ellie, por su parte, expresa su enojo hacia todos: el padre, la madre, la escuela, incluso hacia Thomas, un joven misionero, que trata de ayudar a su padre. Su conducta desafiante parece ser un grito desesperado para que su padre despierte. Y de algún modo lo logra, porque es por ella que Charlie vuelve a conectar con algo parecido a un deseo de vivir.

La dirección de Pashkus desiste de todo tipo de artificio,  evita  sentimentalismos. Busca internar al público con ese personaje atrapado en su propio dolor, detenido en el tiempo por un trauma.

La dirección sostiene una lógica construida dentro de un espacio de encierro sin salida, lleno de silencios que “hablan” en un tiempo que no conjuga el tiempo futuro, solo un tiempo de retorno y de compulsión a la repetición. No hay escenas de redención ni de fracturas o quiebres emocionales.

Julio Chávez construye su personaje con una potencia impresionante: su respiración duele, su cuerpo transmite angustia, al punto que uno como espectador casi siente su claustrofobia. Con un entendimiento profundo de su personaje, le da peso sin lágrimas, y sin palabras que otorguen alivio, lo que se transfiere de la escena al espectador. Sin embargo, esto no responde a una identificación con un personaje heroico sino con aquello que no queremos ver que se presentifica a través del protagonista, y también de sus vínculos. En cada relación se desarrolla el conflicto y diferentes cuestionamientos: la paternidad,  la maternidad,  las relaciones de pareja, la amistad, la relación con  la religión.

La obra nos sacude sin darnos alivio, sin ninguna posibilidad catártica.  El Otro queda en falta, sin poder abarcar el exceso. La lenta autodestrucción del lado de la compulsión y la pulsión de muerte se hacen carne en su actuación, y eso es lo que llega de manera cruda a los espectadores.

Laura Oliva brilla en el papel de la amiga de Charlie, alguien que lo cuida pero también sufre en silencio. Hay una escena con el dinero que pone en duda si su ayuda es completamente desinteresada, o si busca un reconocimiento afectivo, como si cuidarlo fuera parte de una herencia emocional.

Ella sabe que Charlie se está dejando morir, pero también entiende que él tiene derecho a elegir cómo quiere terminar su vida. La obra pone sobre la mesa un interrogante profundo: ¿qué significa una muerte digna?, ¿cuánto tiene que ver con la amistad real aceptarlo?

Thomas, el joven misionero (interpretado por Máximo Meyer), aparece queriendo ayudar a Charlie, pero tae consigo todo lo que Alan su pareja sufrió: la culpa por su homosexualidad engendrado por los mandatos religiosos y la represión. Thomas intenta hacer el bien, pero su ayuda está mezclada con su propia necesidad de redimirse por errores del pasado. ¿De verdad ayuda a Charlie, o se está ayudando a sí mismo? Es la personificación de quien para ocultar su pasado “pecaminoso”, ayuda con el fin de reparar sus actos y conseguir redimirse enmascarando culpas. ¿Quizás Charlie y Dios represente el padre y su deseo a través de ellos de reconciliación edípica? Charlie le muestra que no todo puede ser salvado, y que “la salvación” sólo puede venir a partir de uno mismo. Otro gran aprendizaje de la obra.

Mary, interpretada por Emilia Mazer, otorga densidad a una figura central en el triángulo familiar entre Charlie y Ellie. Representa el peso del abandono: una madre que se siente fracasada por no haber podido proteger a su hija ni sostener a su pareja. Aún guarda un amor ambivalente por Charlie y predomina un resentimiento que nunca pudo transformar. Su aparición deja ver todo lo que quedó sin decir entre ellos, todo lo que hizo cargar a Ellie sola durante años.

La adaptación de La Ballena de Julio Chávez y Ricky Pashkus, bordea el tema de la obesidad y la inclusión, los lazos familiares pero como temáticas laterales, nos lleva al hueso de una problemática nodular: el duelo traumático de un sujeto que queda bajo la captura imaginaria de ese objeto amado. “La sombra del objeto cae sobre el Yo” (Freud, Duelo y  melancolía) y en el personaje de Charlie percibimos la sombra de Alan atrapada en su cuerpo. Hay un vacío que se “llena” de goce excesivo por no sentirse digno de amor. Llena su vacío con comida, pero eso no calma su angustia. Vive atrapado en una especie de abismo emocional por lo que no pudo ser y todos sus vínculos conviven en ese espacio en que la imposibilidad es el signo que los envuelve. La existencia de Charlie bascula en torno a esa falta imposible de llenar.

El instante de reconexión desde el registro simbólico llega de la mano de la hija y de su pluma. Es conmovedor que Charlie intente reconectar con Ellie a través de la palabra escrita. Él valora profundamente un ensayo que ella escribió en la secundaria sobre Moby Dick. Ese texto trasunta una verdad brutal, una declaración sin filtros. Allí, Ellie critica que el autor del libro Hermann Melville, usa demasiadas palabras para evitar hablar directamente del vínculo entre los protagonistas, que comparten cama y una fuerte intimidad. Como si, a través de ese texto, ya supiera y aceptara la homosexualidad de su padre, y lo hiciera de manera natural. Ese ensayo, cargado de sinceridad, le da a Charlie una sensación de paz. Lo devuelve a su lugar de padre y, quizás, le permite cerrar un círculo emocional que estaba abierto desde hacía años.

El final de la obra entrelaza todos los hilos de esta historia en un reencuentro cargado de emoción que atraviesa al espectador. Nos deja habitados por el eco de palabras que siguen latiendo, incluso cuando el telón cae. Y así, salimos distintos a como llegamos: tocados, transformados, quizá un poco más humanos…

FICHA TECNICA:

Autor: Samuel D. Hunter
Escenografía: Jorge Ferrari
Vestuario: La Polilla
Música: Diego Vainer
Maquillaje FX: Germán Pérez

Dirección: Ricky Pashkus

Actúan: Julio Chávez, Laura Oliva, Máximo Meyer, Carolina Kopelioff y Emilia Mazer

Producción: Rimas – Maximiliano Córdoba – Juan Pelosi – Quality Producciones

Fuente: revistaelinconsciente