«¿Por qué el dolor tiene tan mala prensa?»
La angustia de un padre por el futuro de su hijo con retraso madurativo es abordada como parte de un conflicto existencial imposible de resolver. La obra fue escrita por el propio Chávez junto a Camila Mansilla y la dirección está a cargo de Daniel Barone.
Uno tiene 63 años y un largo camino recorrido en el oficio. El otro acaba de cumplir 18 y recién da sus primeros pasos en el arte de la interpretación. Ambos son actores que se toman muy en serio lo que hacen, que disfrutan la tarea a la vez que la sufren. Ya sea en series para televisión, en una película o en una obra de teatro. Como en Después de nosotros (el hijo de Juan Oribe), la pieza que este fin de semana estrenaron en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza. Julio Chávez y Matías Recalt son dos exponentes actorales, dos extremos de un camino que se cruzan en escena para personificar a un padre que descree del mundo y a un hijo que padece un retraso madurativo. Una obra en la que el miedo ante el crecimiento de un hijo, la incertidumbre sobre el futuro y la exclusión al distinto en tiempos de crueldad a flor de piel son abordados como parte de un conflicto existencial tan inevitable como imposible de resolver. “Es una obra que se mantiene en el conflicto sin intentar brindar soluciones”, coinciden los actores en la entrevista con Página/12.
El miedo al soltar, a que los hijos construyan su propio camino, es universal. ¿Están preparados los hijos para enfrentar al mundo? Es una pregunta que en ningún caso tiene respuesta absoluta, y que se descubre en el andar de la experiencia. Nadie puede controlar todas las variables. En Después de nosotros (el hijo de Juan Oribe) esa incertidumbre se presenta como un problema para Juan (Chávez) y Andrea (Alejandra Flechner), los padres separados de Federico (Recalt), un chico de 21 años que sufre un retraso madurativo. ¿Quién cuidará de ese hijo cuando ellos no estén más para contenerlo? Ese es el interrogante que obsesiona y angustia a Juan, y que desencadenará un replanteo familiar profundo y conmovedor. La obra, escrita por el mismo Chávez y Camila Mansilla, cuenta con las actuaciones de María Rosa Fugazot y Mariano Muso.
“Quisimos plantear una duda sin pretensión de brindar solución”, detalla el actor y dramaturgo. “La obra está sostenida por un mundo amoroso de tres y pese a eso no deja de ser para Juan un conflicto. No basta con la amorosidad para sobrevivir. ¿Qué padre no se preguntó alguna vez a qué mundo trae un hijo? ¿Qué padre no se preguntó qué va a pasar con ese hijo cuando ya no dependa más de él? La obra transita por esa duda al momento de dejar ser a quienes se cría día y noche. Hay miedos propios, pero también realidades que los provocan. Uno quiere proteger siempre a sus seres queridos, mucho más si se trata de un hijo que no tiene las herramientas para enfrentar a ese mundo que presenta más amenazas que bondades”, reflexiona Chávez, que en esta obra vuelve a ser dirigido por Daniel Barone.
-¿Qué lo llevó a escribir esta historia, junto a Camila Mansilla?
Julio Chávez: -Primero, porque de algo hay que escribir (risas). No recuerdo bien cómo surgió. Adrián Suar me pidió que escriba una obra para mí, que él iba a producir. Y apareció la idea de la relación entre un hijo y sus padres. Era una historia que estaba en mi inconsciente. Cuando vuelvo a la noche a mi casa, en Palermo, me suelo preguntar qué haría yo si tuviera hijos adolescentes. Creo que no dormiría.
-¿Por qué?
J.C.: -Por el mundo. El mundo no es una fobia, sino una realidad cada vez más fea. La obra cuenta la historia de padres que tienen un hijo con retraso madurativo, uniendo su relación con el mundo en que vivimos. No es poca cosa, porque uno trae hijos al mundo, y no puede más que preguntarse a qué mundo.
-¿El mundo está planteado como una amenaza?
J.C.: -Hay gente que confía en sus capacidades y en el mundo en el que vive, relacionándose de una manera relajada, como es el caso de Andrea. Y hay personas que tienen una relación con el mundo de mucha preocupación y cuidado, como le sucede a Juan. Ella cree que la gente es bondadosa; él, que es una mierda. Cuando tenés un hijo con un retraso madurativo, los miedos reales e imaginados se profundizan. Al menos eso sucede en esta obra y en esta familia.
-¿Por qué decidieron contar la historia con Federico habiendo cumplido 21 años?
J.C.: -No fue azaroso. A medida los chicos van creciendo, las instituciones se van alejando. No voluntariamente, sino porque las instituciones que los contienen empiezan a tener menos injerencia. Y cuando la institución se aleja, empieza uno y el mundo a tener mayor protagonismo. Federico es un ángel, un ser alado, que confía mucho y tiene una enorme bonomía. A medida de que es cada vez más ángel, Juan siente que el mundo es cada vez más diabólico.
-¿Por sus propios miedos?
J.C.: -Esa es la mirada y experiencia de Juan. Andrea no tiene esa misma concepción. Ella dice que no piensa enemistarse con el mundo, que la rodea más gente buena que mala. Escribimos una obra en donde no hay ni conflicto histórico ni económico ni ideológico entre ellos. No existen ninguna de esas cuestiones que hacen que la situación se vuelva más compleja. Son personas progresistas. Elegimos ese contexto para mostrar que aún así para Juan el conflicto es enorme, porque cada persona carga con circunstancias y experiencias diferentes.
Matías Recalt: -Federico es un chico que no transmite la seguridad que Juan espera para que pueda terminar de dejarlo ir o para al menos domar sus miedos. El problema es que la confianza depende de dos, no de uno: de que el hijo la transmita y de que el padre la acepte.
-¿Y Federico cómo reacciona ante estos dos padres que tienen maneras diferentes de pensarlo?
M.R.: -Federico entiende todo, aunque algunas cosas las puede comprender mejor y otras no tanto. Es un chico que no tiene mucho margen para decir. De hecho, muchas veces toma decisiones sin estar seguro o atento a lo que hace.
-¿Pero se siente atado por sus padres?
M.R.: -Es una pregunta que no tiene respuesta clara en la obra. Uno puede pensar que Federico no se da cuenta. Federico es un chico que desea conocer el mundo, que le gusta relacionarse con otros. Va a una fiesta y habla con todo el mundo, no es introvertido ni reservado. Su indefensión pasa porque vive según lo que le marcan sus padres. No expresa rebeldía. Para él casi todo está bien. Está ajeno a lo que les pasa a sus padres.
J.C.: -Tampoco es una situación que se expone abiertamente. Ellos se cuidan mucho de no involucrarlo en esa diferencia, que es la primera que se presenta tan profundamente. Es un conflicto nuevo. No se trata de una discusión histórica. Tienen miradas históricas diferentes pero sobre un conflicto nuevo, que no estaba presente en su cotidianidad. Siempre se complementaron muy bien en la crianza de Federico. Ahora es una situación nueva porque ella advierte que su exesposo está infeliz. Y esa circunstancia lo acerca a los dos mucho más. Los tres personajes se manifiestan cuánto se quieren. No hay resentimiento entre ellos. Hay un dolor sobre el que se puede vivir. No es un dolor para resolver sino para transitarlo y hacer cada uno su experiencia. La inevitabilidad de que todo lo que se construyó se puede perder al salir a la calle. El mundo en el que vivimos es capaz de derribar todas tus certezas de un plumazo. Que los hijos sufran es uno de los grandes miedos de los padres. La sola posibilidad de daño puede ser insoportable para algunos.
-Que en la obra agudiza con la personalidad de Juan y el problema neurológico de Federico.
M.R.: -¿Cómo salir al mundo sin el respaldo que siempre tuvo? Esa es la gran pregunta que sobrevuela la obra. Hay padres de todos los perfiles. Hay algunos más cuidadosos y posesivos, hay otros que dan mayores libertades, a los que las características de los hijos no cambian su manera de entender la paternidad.
J.C.: -Un hijo siempre es una proyección. Si te llaman del colegio para decirte que tu hijo se sacó un 10 y es un genio, esa noche te pedís una doble de muzzarela y una cerveza. En mi experiencia personal hay algo de eso. Cuando nací yo y mi padre vio que era un hijo varón, él sintió que con solo ese hecho ya se había expresado. Mi papá sintió que, a partir de mi nacimiento, él se había expresado. Que su gran expresión era yo. Imagínate qué problemón para mí…
-Vaya carga…
J.C.: -Sí, fue una carga, que tuvo un límite recién cuando murió. Pero no murió por eso (risas). Me vio crecer bastante en este oficio.
-¿Y le seguía gustando esa proyección?
J.C.: -Sí, él tenía algo hermoso… Si hubiera tenido algún tipo de problema serio, no lo habría podido soportar. No estaba preparado para su entendimiento.
-¿Se puede estarlo, acaso?
J.C.: -En la obra, la madre de Federico es una mujer que tiene herramientas expresivas y sensibles para experimentar ese tránsito con cierta naturalidad. Para ella, su hijo no es una expresión de ella. Es alguien que ella ama, pero tiene la posibilidad de diferenciarse. Federico no es una proyección de ella. Juan no tiene la posibilidad de diferenciarse. Para Juan, en cambio, su hijo es su futuro. Cada uno lo vive a su manera.
-¿Cuál es el límite del miedo de un padre?
J.C.: -El límite del miedo es individual y colectivo. Dependerá de cada padre, que a su vez pertenece a una tribu, a una nación, a una época, a una circunstancia. Andrea y Juan saben que algún día Federico estará solo, y piensan esa posibilidad lo mejor que pueden. Son personas que intentan tener una reflexión acerca de lo que les pasa. Federico toma muchas decisiones desde la hermosura de su alma, pero que resultan dañinas en el mundo actual. ¿Que hace un padre cuando ve que a su hijo le hacen daño, por más que él diga que no le duele? ¿Qué actitud debe tomar uno padre cuando ve que a su hijo lo toman de “che, pibe….” pero a él le gusta lo que hace? ¿Le hace ver lo que como padre cree, o respeta su manera de sentir y pensar esa situación?
M.R.: -Muchas veces pasa que los padres quieren criar a sus hijos a imagen y semejanza, aunque sea inconscientemente, sin tener en cuenta que ellos son diferentes. Nunca se pueden controlar todas las variables y mucho menos la vida de los hijos.
J.C.: -Así como tampoco hay una fórmula para saber inclusive que va a ser uno. Uno tiene intuiciones y certezas que van definiendo sus actos. ¿Pero hasta qué punto sabemos tanto de nosotros? ¿Tanto nos conocemos? ¿Sabemos con tanta claridad qué es el bien y qué el mal? ¿Somos lo que somos porque así lo pensamos, o porque la experiencia nos hizo así? La experiencia de vida nos lleva a preguntarnos todo el tiempo, con suerte, qué es lo bueno, qué es lo malo, qué es ser justo… Digo con suerte porque hay muchas personas que van por la vida sin preguntarse sin siquiera quiénes son.
-¿Después de nosotros… es en algún punto una tragedia?
J.C.: -La obra no es una tragedia ni tampoco plantea soluciones. La obra es un problema. Hay una angustia, pero que a la vez está sedimentada con un alivio. Un alivio que no resuelve el dolor pero que ayuda a transitarlo. ¿Por qué no se puede tener dolor? ¿Por qué el dolor tiene tan mala prensa? Los dolores no siempre se pueden solucionar. En la vida se convive con dolores. No hay que temerle a decirse que hay cuestiones que son muy dolorosas para uno.
-Muchas veces se trata de salir lo más rápidamente de situaciones dolorosas, ya sea negándolas, olvidándolas o encontrando una supuesta solución que en realidad no es más que una justificación.
J.C.: -Nadie desea atravesar el dolor pero resulta inevitable. Todos buscamos escapar del dolor, evitarlo. Pero hay ciertos asuntos a lo que se les busca soluciones que tal vez no tienen. A veces, lo mejor es quedarse en el espacio de la duda. Se puede vivir con un dolor y no por eso ser un resentido.
-Aprender a convivir con el dolor emocional.
J.C.: -Creo que tenemos que tener un poco de respeto acerca de la privacidad de la experiencias. Somos un poco irrespetuosos con los procesos emocionales. Que son individuales y que tienen la particularidad de la experiencia. La experiencia del dolor, o del pudor, que no son mías. Las experiencias sentimentales no tienen por qué tener una explicación ni hay contemporaneidades que te salven de eso. Hay que respetar las experiencias. Y es bueno que el teatro no se ocupe de sacarte de ese lugar sino de invitarte a pensarlo. Esta obra es conflicto, no busca soluciones. La obra se mantiene en el conflicto.
M.R.: -El dolor no debe ser tabú. A veces atravesamos problemas que nos nos animamos a hablar y que tenemos que hacerlo: no para necesariamente encontrarles solución sino para asumirlos como parte de nuestra existencia. Convivir con el dolor del mundo que se le deja a los hijos, aceptarlo como tal, es una manera de atravesarlo.
Por Emanuel Respighi
11 de enero de 2020
Página/12