El actor presenta su primera película como director, «Cuando la miro».
También protagonista, Chávez interpreta a un artista plástico que decide filmar a su madre, encarnada por Marilú Marini. «La mirada es lo más importante en el arte», afirma.
Nadie debería dudar, a esta altura, que Julio Chávez es uno de los mejores actores argentinos. Con una carrera consolidada tanto en el teatro y el cine como en la televisión, el protagonista de El custodio y Un oso rojo es también autor y director de teatro, y dueño de un exquisito trabajo en el mundo de las artes plásticas. Por eso no sorprende que ahora debute como cineasta con el film intimista Cuando la miro, donde también es protagonista junto a la gran Marilú Marini. Mientras repone por tercera vez en dieciséis años en el Teatro Metropolitan Sura Yo soy mi propia mujer (ahora también en la dirección, en las dos anteriores el director fue el recordado Agustín Alezzo, su maestro), en la piel de varios personajes, pero sobre todo en la de Charlotte Von Mahlsdorf, una travesti sobreviviente de la Alemania nazi, Chávez debutará como director de cine el próximo jueves con su opera prima Cuando la miro. En el film compone a Javier, un artista plástico que pasa sus días sin sobresaltos. Un día emprende un extraño proyecto: filmar a su madre, Elena (Marini). Javier no es cineasta, e improvisa esta tarea. Sin embargo, sus ojos de artista e hijo necesitan mirarla y registrarla. Esta filmación no sólo será el registro de ella, sino también del encuentro de Javier con su madre. Cuando la miro es también la historia de una fascinación.
Chávez escribió el guion de Cuando la miro junto a Camila Mansilla. “No es que yo quería dirigir una película y escribir el guion”, comenta el flamante cineasta. “El camino fue que escribimos el guion con Camila y después apareció la pregunta de quién lo iba a dirigir. Después de andar y pensar, se tomó la decisión que la dirija yo”, agrega. Es que el actor entendía que tenía las herramientas como para poder hacerlo y se ocupó durante un año de ir juntando las que todavía sentía que no terminaba de tener o que todavía podía mejorar. “Hice los deberes que yo entendía que correspondían: hacer mi storyboard, todo mi trabajo me llevó muchos meses. Estudié, pensé y soy artista plástico y director de teatro, hace cincuenta años que estoy en relación con la escena. De manera que hay muchos elementos que hicieron que no llegara ‘guacho’ al momento de tomar decisiones acerca del relato y de cómo contarlo”, plantea.
-¿Qué le aportó más al flamante cineasta: el actor de cine o el director de teatro?
-Yo creo que ambas cosas. Y el autor. Es como una asociación que vas teniendo en el transcurso del tiempo que tiene que ver con tu actor, con tu director, con tu pintor, con tu observador, con tu espectador porque no solamente te formás como director sino también como espectador. El espectador se forma. La mirada también se forma a través de todo lo que viste o de todo lo que te interesó. Después, hay preguntas que no tienen que ver con cómo te formaste sino con herramientas que no te aseguran el conocimiento de la película que hacés, pero son herramientas para hacerte preguntas.
-¿Cuáles son esas preguntas?
-Son afines a un cineasta que hace su primera película o a un cineasta que hace la película número 20. La pregunta es: ¿Cómo me vas a contar? Un libro te pregunta eso, también una escena. Y ahí, hay decisiones. Por ejemplo, cuando Diego Poleri ponía la cámara (por supuesto la cámara la pone donde el director dice) estaban las sensaciones que tenían que ver si tenía que correrla un poquito más a la izquierda o a la derecha o darle aire acá o allá. Cuando te has dedicado cuarenta años a las artes plásticas y a la observación o a poner un espacio escénico, esa percepción, esa sensación de que quiero que esté más cerrado o más abierto es una percepción. Y la percepción es algo que se va desarrollando con el tiempo. Además, no existe la percepción que ya llegó a su fin. No es que uno puede decir «yo ya sé de percepción». No, es una nueva pregunta que te hacés. La más bella decisión acerca de un hecho estético es aquello que te preguntás como si fuese la primera vez y con la posibilidad de contestarte algo que no lo esperabas. O algo que no pertenece a tu propia pincelada sino que, de golpe, te autorizás. Cuando un cineasta, cuando un actor ya tiene su legitimidad, tiene que trabajar también para que esa legitimidad se mantenga. Eso que se paga, a veces, es también un límite en el cual uno no se atreve a ir a un espacio donde esa expresión no fue legitimada todavía. En este caso, mi primera película me tiene a mí como un cineasta no legitimado aun, pero esa no legitimación me permite preguntarme de una manera bastante libre cómo quiero contarlo.
-En relación a la percepción y pensando en el título de la película, ¿cuánto importa la mirada para un cineasta?
-Es lo más importante para cualquier realizador en cualquier área de cualquier arte. Es eso que te pone en contacto sobre el objeto con el cual estás hablando. La mirada es el hombre, la mujer frente al mundo. Lo mira, siente que el mundo le hace algo y, a partir de ahí dice «Voy a hacer algo con lo que el mundo me hizo». Y eso es mirada. No es solamente la mirada, sino que es la posibilidad de poder tener un lenguaje, que esa mirada pueda sentirse expresada. Es mirar y una vez que mirás, tenés la posibilidad de devolverle al mundo la impresión que tenés. Uno de los temas que con Camila nos atrajo mucho de Cuando la miro fue que se trata en este caso de un hombre que ha tenido una fuerte impresión con su madre. Y algo pasa que él no logra articular la impresión que ha tenido a través de su arte. Uno podría decir que también se podría tratar de la historia del fracaso de un artista, cuyo objeto tan importante en este caso es su madre, y no encuentra la manera de articular la impresión que tiene a través de su arte
-¿Por eso es que decide grabarla?
-Sí, porque quiere dejar un registro de un ser que considera sumamente particular, con un vínculo sumamente particular y que él necesita del registro fílmico, no siendo él un cineasta. No es su lenguaje. Entonces, decide frente a la supuesta ida de su madre tener un registro de ella porque no basta con contarla. No basta con decir «Mi madre tal cosa». Es como si a Van Gogh no le hubiese bastado la impresión del girasol y hubiera cortado un girasol de los que veía y lo hubiera puesto en una caja para que el mundo vea eso que él se imprimió y ponga «No me basta con pintarlo. Y como no quiero ser injusto para con el objeto, te lo muestro directamente».
-Y es una historia donde la mediación de una cámara no impide sacar secretos escondidos, ¿no?
-En verdad, casi todo lo que Javier le pregunta a la madre son cosas que él ya sabe. Lo que él vuelve a preguntar es porque quiere que ahora quede grabado. De manera que, a medida que la madre va soltando cosas, él va como tildando «Esto quedó grabado», «Esto quedó grabado». Es bastante común preguntarle a la madre, al padre de uno cómo se conocieron. Y uno lo pregunta cuarenta mil veces. Lo que me gusta a mí, por lo menos, y tal vez a otros seres humanos también, es el cuento, que lo vuelva a contar. Y chequear si lo cuenta tal cual lo había contado y la alegría que nos produce la verificación que lo que se nos dice es lo que se nos dijo antes. De manera que tiene carácter de verdad porque lo dijo ya varias veces. Para Javier ese acto es muy importante que quede grabado por la particularidad, además, del objeto que es su madre. Y por el vínculo particular que tiene para con él y él para con ella porque intentamos hablar sobre un vínculo madre e hijo distante, respetuoso, con un amor maternal o un amor filial particular. Y son dos personas que, a través de estos encuentros, confirman algo. No sé si ella fue una buena madre o si Javier fue un buen hijo, pero se quieren, como seres humanos se interesan. En un punto, diría que no es la mirada de la madre, pero es una mirada de un ser humano que él advierte, que respeta y que quiere.
-Y ya de adulto…
-Está bueno que es un hombre adulto ya, un hombre que, en un punto, ya no tiene resentimiento. No pregunta con resentimiento, no pregunta con intención de criticar, sino que verdaderamente pregunta porque está en condiciones de escuchar.
-Tiene una actitud contemplativa, ¿no?
-Es que justamente la contemplación cuando no tiene necesidad es verdadera contemplación porque no está el objetivo de querer recibir algo a priori o de conveniencia, sino que es contemplar dejando que el objeto se presente, sin la manipulación o sin el temor de ser juzgado. Por eso, Elena varias veces le pregunta: «¿Vos estás enojado?». «No, ¿cómo voy a estar enojado?», le dice él. El está en condiciones hoy de mirar, en el sentido de recibir, de no resistirse a lo que es, a lo que hay. Y por eso también Elena se siente invitada a contar y a hablar. No se siente juzgada.
-En teatro, es la tercera vez que estás presentando Yo soy mi propia mujer, tras 16 años del estreno. ¿Qué resonancias tiene esta obra en vos como artista?
-Millones de resonancias por muchos motivos, pero sobre todo lo que me atrae mucho de Yo soy mi propia mujer es que es una partitura muy pedigüeña, que pide mucho porque pretende mucho. Y es que el espectador haga un viaje a través de un relato. Esa situación del hombre que se ubica frente a la tribu y le cuenta un cuentito es lo más antiguo que tiene el teatro. Creo yo que es lo más antiguo que tiene el ser humano en cuanto se formó una tribu: alguien cuenta algo. Me parece muy atractivo el cuento que cuenta Yo soy mi propia mujer sobre esta travesti alemana, pero tiene algo que para mí es que te exige que como ejecutor intentes ir a una cierta excelencia. Yo no creo poder haber logrado esa excelencia, pero sí me interesa como deseo de llegar. O sea que mi relator, mi cuentista intente ser cada vez un poco mejor. Un poco mejor en cuanto a su entendimiento, en cuanto a su funcionamiento, en cuanto a su humanidad. Entonces, cuando la hice hace dieciséis años estaba en un punto de la ruta. Cuando la volví a hacer hace siete años fue porque quería ver en qué momento, en qué punto de la ruta estaba.
-¿Y hoy?
-También me interesa y digo: «A ver: en estos siete años que han pasado, ¿qué cosas creo yo haber entendido?». O vuelvo a tocar las partituras para descubrir cosas que, de golpe, no había entendido y las entiendo mejor. Por otro lado, el espectador hoy, ¿qué espectador hay? ¿Cómo lo escucha al material?
-Justamente como es un personaje que es una travesti sobreviviente de la Alemania nazi y del régimen comunista, ¿cambió la manera en que el público ve esta obra con el cambio de paradigma y por lo que se avanzó con la identidad de género?
-Hay un enunciado, por lo menos, que está puesto, que es un cambio. ¿Cuánto cambió la sociedad? Todavía no lo sé porque creo que también hay hoy un discurso políticamente correcto que hay que decir y un discurso incorrecto que ya no se puede decir. Con lo cual, no sabemos muy bien qué discurso es el que está manifestando cada ser humano. Y me parece que está bueno que así sea porque soy de la idea de que no toda la humanidad tiene que cambiar junta. Es un deseo, suena muy lindo, pero no es así. Y hay muchos seres humanos que tienen una mirada ideológica y hasta estética diferente del mundo. Y lo que digo es: aceptemos las estéticas ajenas, lo cual no significa que estés de acuerdo. Y, en ese sentido, hay algo que se amplió. Tiene que ver con que hay algo que hay sobre la mesa hoy que está para quedarse, salvo que venga una razzia fascista que nuevamente vuelva por la fuerza a pretender que vuelva a esconderse eso. Pero esto ya está puesto sobre el tapete y, en ese sentido, ha producido mucha liberación en muchos espacios. También seguramente desacuerdos estéticos en muchos espacios. Y no sé si van a desaparecer esos desacuerdos estéticos porque los desacuerdos acerca de las miradas, las morales, las éticas y las ideologías son parte de la humanidad. No creo que la humanidad llegue a un acuerdo. Creo que la humanidad es un desacuerdo y porque es un desacuerdo también es tan creativa y construye tanto.
-Lo vivimos hace poco con la pandemia: se hablaba de que se iba a tender a una sociedad mucho más comprensiva y no fue así. Aplaudían a los médicos en los balcones y los «fusilaban» en los consorcios.
-Sí, es una catástrofe. Si verdaderamente produjésemos los cambios, la sociedad debería estar hoy bregando para que los médicos cobren más dinero, para que los científicos del Conicet que laburaron como animales en el Malbrán día y noche sean resarcidos. Pero eso no existe. Por eso creo que lo que más me atrae de la Charlotte es que ella hoy todavía está diciendo que vivimos en la guarida del león, que a veces hay que ser tan astuto como una serpiente, y dice que a veces hay que aullar con los lobos. Yo creo que seguimos con problemitas. Prefiero el enemigo visible que el enemigo oculto. Prefiero el que dice “Yo no estoy de acuerdo”. Hace muchos años hice Farsantes y una vez se me acercó una señora, que uno podría decir muy convencional, cerrada. Me dijo: «Usted está haciendo un programa, yo no estoy de acuerdo en el vínculo de esa manera entre dos hombres. Pero la ternura que ustedes dos tienen, me conmueve». Yo le dije: «Ya está señora, no tiene por qué estar de acuerdo estéticamente». Pero que esta mujer haya podido tener un corrimiento de su ideología no para abandonarla sino simplemente para aceptar, eso también tiene que ver un poco con la película. Correr un poco el conflicto y permitir un segundo dejar que el objeto hable, sin chequear lo que a mí me pasa, sin discutirle, dejar que se exprese.
«Lo sagrado»
Julio Chávez está escribiendo una obra que piensa estrenar el año que viene. Junto a Camila Mansilla está preparando Lo sagrado. «En esta obra, nuestro tema es un tema ético que tiene que ver con las promesas. Es la historia de un hombre que ya de adulto es confrontado en un momento inesperado de su vida de un gran logro profesional con una promesa que hizo veinticinco años a alguien que tuvo relación en su vida. Lo confronta porque necesita que cumpla su promesa en beneficio de la persona que viene a pedir, y en oposición al acto que este hombre va a hacer», anticipa Chávez. El hombre va a editar un libro y viene una persona a pedirle que no lo edite. «Esta persona está autorizada a venir a pedirle esto porque hace veinticinco años, él le hizo una promesa. La que viene es una persona que frente al target de este autor no tiene credibilidad. El autor podría decir que esa promesa de la cual habla esta persona no tiene credibilidad porque él es una figura muy importante y esta persona pasaría a ser un ‘loquito’. Pero él es un hombre ético. De manera que está frente a un hecho: aunque el mundo no lo sepa, él sabe que hizo la promesa y aunque el mundo nunca se entere, él va a saber si la cumplíó o no la cumplió». Junto a Camila Mansilla, Chávez quiere hablar sobre la ética. “Por ese se llama Lo sagrado, sobre eso que es la conciencia”, concluye el actor.
11 de septiembre de 2022
Por Oscar Ranzani
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