Con Sweeney Todd, junto a Karina K, dirigidos por Ricky Pashkus. Una entrevista a Julio Chávez. Justicia, venganza y sangre en un musical que se estrenará pronto
Julio Chávez debuta en el Maipo con el personaje que hizo Johnny Depp en cine, lo que le llevó un entrenamiento de más de un año. Habla del desafío de cantar y bailar, de su trabajo como maestro y sus estudios de matemática y filosofía.
En el 2011 vuelve a la televisión de la mano de Adrián Suar.
En 1979, Ricky Pashkus terminó de actuar en la exitosa y emblemática Aquí no podemos hacerlo, de Pepe Cibrián y Luis María Serra, y se premió con un viaje a Nueva York. Entre la cantidad de obras que pudo ver en Broadway no quiso perderse una de la que todos hablaban: Sweeney Todd.
La obra escrita por Hugh Wheeler, con letras y música de Stephen Sondheim y dirección de Harold Prince era casi un híbrido entre la comedia musical y la ópera. Nadie salía tarareando una sola canción, pero nacía una obra maestra del género.
Se lo comentó a su gran amigo Julio Chávez, pero quedó en eso, como una anécdota de viaje. Casi tres décadas después, en 2008, el gran actor argentino viajó al Festival de Otoño de Madrid para hacer Yo soy mi propia mujer y fue al teatro a ver la versión española de Sweeney Todd.
A su regreso, ocurrió lo inverso a aquel invierno del 79; él le hizo un comentario a Ricky: «¿Sabés que me gustaría hacerla?». Por supuesto, su amigo («hermano», dice él) se quedó sin palabras y se entusiasmó. Lo que sigue ya se sabe, y la Providencia los encuentra como actor y director de la primera versión de Sweeney Todd que se hace en el país, que se estrenará el 6 de octubre en el Maipo y que pronto comenzará con funciones previas y especiales.
Originalmente, los autores y su director y productor encontraron en esta leyenda urbana inglesa de principios del siglo XIX el símbolo perfecto del canibalismo de la revolución industrial.
Es la historia de un perturbado barbero que regresa a Londres quince años después de haber sido enviado a prisión injustamente por un turbio juez. Cuando regresa a su hogar, llega al local de empanadas de Mrs. Lovett, su vieja vecina de abajo, quien lo reconoce, le cuenta que su esposa se suicidó luego de ser violada por el juez y que su hija fue adoptada por éste.
Allí mismo crean una suerte de sociedad y, para cobrarse venganza, Barker -quien se rebautiza como Sweeney Todd-, abre una barbería en su vieja casa, donde degüella a sus víctimas, cuyos cadáveres son reciclados como carne para las empanadas de la siniestra Lovett.
Esta historia fue tomada decenas de veces por la literatura, la dramaturgia y el cine, y subió por primera vez a escena en 1847 como A String of Pearls or The Friend of Fleet Street (1847), escrita por George Dibdin Pitt, un grand guignol que fue presentado en muchísimas versiones desde entonces. Luego, en 1900, Wilham Latimer escribió el drama Sweeney Todd .
También hubo una película titulada The Demon Barber of Fleet Street (1900) y un ballet, Sweeney Todd , coreografiado por John Cranko (1959), presentado por el Royal Ballet. Pero el 17 de abril de 1970 se estrenó una nueva versión en el Victoria Theatre, de Inglaterra: Sweeney Todd, The Demon Barber of Fleet Street , escrita por Christopher Bond. Y esa versión fue la que vio Prince, de casualidad, cuando estaba montando Gypsy en Londres, en 1974.
Enseguida pensó que sería una ópera genial. La obra de Bond les daba motivos a los personajes para actuar de ese modo, algo que no se había visto en versiones anteriores, más cercanas a la novela de terror que al melodrama.
De todos modos, si el «culto» a Sondheim comenzó en 1970 con esa obra maestra que fue Company , se afianzó con Sweeney Todd y hoy esa obra es sinónimo de su autor. «Tiene algo genial. En la canción está la acción también. La canción no detiene lo que ocurre, sino que lo lleva adelante. Cuando un material está compuesto así, es una bendición para el actor.
Stephen Sondheim construye la música para el texto. Se ocupa de encontrar lo dramático, una mirada, una estructura y la acción musical como para que ese texto sea servido. Cuando entrás en la acción o en el relato de lo que tenés que hacer, no sentís que estás cantando: estás accionando a través del canto», explica Chávez con esa rigurosidad y esa mirada aguda que lo caracteriza.
Pero uno ve esa gráfica hermosa de los afiches que lo tienen caracterizado como un barbero demoníaco y se pregunta por qué se enamoró de esta obra. Y surge una respuesta bien Chávez. «Cuando un ignorante se enamora, no sabe de lo que se enamora. Con el tiempo, se va enterando. Primero te enamorás, después te enterás y luego trabajás enormemente por eso. Ahora me estoy volviendo a enamorar», dice.
Es probable que no haya sido fácil para él meterse en esta aventura de ser un debutante en un género al que muchos le escapan por miedo o por prejuicios. «No sólo me asustó el desafío, sino que me castigué a mí mismo. Pero la experiencia de Ricky me ayudó. Hicimos workshops y, gracias a Lino Patalano, que se puso el proyecto al hombro, tuvimos la oportunidad de ensayar durante cuatro meses, algo inusual y privilegiado», explica Chávez.
Pero esos cuatro meses de ensayos fueron el epílogo de un proceso que comenzó casi un año antes. Hace tiempo que venía preparando su voz, pero sin pensar en utilizarla para el canto. Ahora, su riguroso ritmo de entrenamiento artístico varió bastante. Sigue tomando clases todo el día, trabaja su posibilidad aeróbica y pasa bastante tiempo con su entrenadora vocal, Susana Rossi, y con un repertorista.
«También he aprendido que es un género muy exigente, muy pedigüeño. Sé que me tengo que acostar temprano, cuidarme del frío, tratar de no hablar demasiado… Por la mañana, chequeo cómo está mi garganta y voy aprendiendo mucho. Los artistas que trabajan en este género son enormemente talentosos, pero sufridores del musical. Hay poca demanda; exige mucho y no se sabe para cuánto tiempo de vida. Es muy duro y cruel. Yo tengo el lujo del aprendizaje.»
Mrs. Lovett
Y así como se sumó Patalano como pieza clave del proyecto, también lo hicieron Elio Marchi, como adaptador; Alberto Favero, como director musical; Eli Sirlin, como iluminadora; Renata Schussheim, como vestuarista; Jorge Ferrari, como escenógrafo, y alguien fundamental: la gran Karina K para encarnar a la inescrupulosa Mrs. Lovett. Esta actriz magnífica que gritó «¡Aquí estoy!» con sus soberbias interpretaciones en Drácula, Te quiero, sos perfecto, cambiá, Cabaret y Souvenir era, sin dudarlo, la candidata perfecta para encarnar a este personaje tan complejo como rico.
«Mrs. Lovett es una comadreja inhumana; se maneja en los estados más bajos, de hambre, de animalidad, sufrimiento; de esa necesidad de querer salir airosa a partir de sacar ventaja. De este modo, acompaña ese propósito psicótico, esa misión de Sweeney», describe Karina.
Las personas que han trabajado con ella y con Chávez siempre hablan de su rigurosidad casi obsesiva. Eso los une. Apenas le confirmaron el papel, ella vivió prácticamente con sus auriculares puestos y escuchando hasta versiones coreanas de la obra.
«Karina es un lujo; es lo mejor que le puede pasar al espectáculo porque es un ser dotado en muchos sentidos. Hace que aquello que puede ser difícil sea muy fácil -describe Chávez-.
Además, somos dos intérpretes bastante estratégicos e inteligentes. Sabemos qué nos conviene y qué no. Respetamos mucho nuestra privacidad y, en el encuentro, eso está perfecto.» Por su parte, ella define a Julio como «genuino» y también afirma que facilita el trabajo. «Me basta su mirada para establecer el estado dramático, así que es una gran fortuna para mí trabajar con Julio y aprender de su metodología y su rigurosidad».
Se necesitan grandes intérpretes para poder «humanizar» esos personajes tan esperpénticos y siniestros al mismo tiempo. A la hora de concebir la obra, tanto Sondheim como Prince y Wheeler acordaron que no se trataba de una historia de venganza, sino de justicia.
Y esa trama era perfecta para transmitir esa gran metáfora devoradora que pretendían. A su vez, no es fácil encontrar a los intérpretes ideales para este thriller musical, ya que los requerimientos vocales no se pueden pasar por alto. Para eso, Pashkus escogió a un elenco de lujo.
Martín O´Connor, gran actor (nieto de Elsa O´Connor, hijo de Horacio O´Connor) y virtuoso cantante encarnará al siniestro Juez Turpin, y Walter Canella estará en la piel de ese huérfano servidor de Mrs. Lovett, casi un hijo adoptivo. El dúo joven lo integran Fernando Dente y Carolina Gómez, y el elenco lo completan Belén Pasqualini, Marcelo Gómez, Roberto Peloni, Rubén Roberts, Sergio Miranda, Mariana Jacazzio, Guido Balzaretti, Lelia Couselo, Stella Maris Faggiano, Gustavo Guzmán, María Hernández, Diego Jaraz, Rossana Laudani, Estela Leiva, Andrea Lovera, María Pastore Camino, Martín Repetto y Adrián Scaramella. ¿Por qué toda la lista? El coro tiene un rol protagónico en esta obra. Es casi un seleccionado del teatro musical, género al que la llegada de Julio Chávez le hará muy bien.
Amistad y emoción
Ricky Pashkus tiene un hermano agente de prensa y relacionista público, Tommy. Ambos siempre dicen que tienen un tercer hermano: Julio Chávez. Es una relación fraternal que lleva ya muchos años y, cuando el actor se refiere a su trabajo con el director, no puede contener la emoción.
«Es muy conmovedor observar su enorme talento para dirigir. Y eso se traslada a su mirada, su punto de vista, su inteligencia. Hay que llevar adelante con humanidad y sentido del humor tantas cabezas en un proyecto como este. Te cuento algo. Somos hermanos y no puedo mirarlo a la cara cuando dirige», dice Chávez.
Tal vez Sweeney Todd haya sido una excusa como para, al fin, poder trabajar juntos. «No te lo puedo decir porque tengo pendiente una charla larga conmigo mismo y con mi analista luego del estreno para entender por qué me metí en esto. Sin dudas, si Ricky no estuviese acá, no sé qué hubiese pasado». Y no puede seguir hablando. Y Tommy, que lo observa, tampoco.
Fuente: diario “La Nación”
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Entrevista
Antes de aceptar, lo consulté con Alberto Favero, Ricky Pashkus y Lino Patalano, para que me dijeran si podía hacer este papel”, afirma Julio Chávez, quien en horas será el protagonista, en el teatro Maipo, de Sweeney Todd, la comedia musical en la que se basó la película de Tim Burton con Johnny Depp. El actor confiesa que “hace más de un año que me estoy entrenando. Luego conseguimos a la compañera ideal, que es Karina K, para estar conmigo en el escenario. Es una obra infernalmente compleja”.
—¿Qué vínculo tenías con la música?
—Voy a ser sincero, nunca había tenido un vínculo con el canto. Aunque desde hace tres años y medio estudio con Susana Rossi, quien tiene una técnica relacionada con el bel canto.
—El musical se estrenó en 1979 en Broadway: ¿Por qué tardó tanto en llegar a Buenos Aires?
—No puedo responder la pregunta, la verdad no sé por qué antes no se hizo, tal vez, imagino, tiene que ver con la complejidad del material. No supe que antes se haya querido montar ningún otro musical de Stephen Sondheim: será la primera vez que se hace en el país. Es una especie de ópera contemporánea, sin bailes, casi un melodrama, donde contamos un cuentito. Primero fue una novela (1850), después se hizo una película (1929) pero variaron la naturaleza del personaje. Esta es la gran diferencia entre las versiones inglesas y las norteamericanas: el protagonista se transformó de un malvado asesino en un hombre víctima del sistema injusto.
Por decisión propia, se tomó un año sabático en la pantalla chica, luego del éxito del unitario “Tratame bien”, para poner toda su energía en este desafío, aunque anticipó que volverá el año que viene de la mano de Suar. El romance con la comedia musical Sweeney Todd empezó en el Festival de Otoño de Madrid, en 2008, cuando Chávez viajó invitado para presentar Yo soy mi propia mujer y vio la obra.
—¿Por qué decidiste incursionar en un nuevo género como es el musical?
—Son esas cosas de la vida y esa misma pregunta me la hago yo todas las mañanas cuando me despierto, desde hace varios meses. No era una idea que tuviese en el transcurso de mis años. Esta necesidad surgió a partir de haber visto el musical en España y tuve la intuición de que debía hacerlo. Y muchas personas de toda confianza me apoyaron.
—¿Cómo es tu protagonista?
—En esta comedia musical aparece el ciudadano inglés, que tiene su oficio y contra el que se comete un acto de mucha crueldad. Transforman a este hombrecito común en un monstruo. Tiene absoluta contemporaneidad y siempre es un cuento, se avisa que es sólo una historia. El arte de cada uno de estos creadores (Pashkus, en dirección; Favero, como director musical; Schussheim, en vestuario; Ferrari, en escenografía; Sirlin, en iluminación, y Brisky, en diseño de sonido) lo ubican en una postal.
—¿Hay humor?
—Sí, tiene mucho humor, porque sobre todo los dos papeles, el de Karina K y el mío, juegan un poco con la imagen del Gordo y el Flaco. Pero la verdadera protagonista de este espectáculo es la música de Sondheim.
—Con “Yo soy mi propia mujer” también tuviste mucho tiempo de ensayos, ¿por qué?
—Depende de cada realizador y de los momentos. En mi caso, tengo un límite y no podría haberlo hecho de otra manera. Hacer de Sweeney Todd me implica trabajar de domingo a domingo. No soy un niño, soy un adulto y asumo la responsabilidad de la complejidad que elegí. Opté por un nuevo espacio que es la comedia musical o el teatro musical, tiene sus reglas y me exijo estar al nivel que se merece.
—¿Abandonaste otros trabajos/propuestas para poder hacerlo?
—No, sigo con mis clases y mi estudio, sólo falté quince días, los previos al estreno. Queda claro que este año fue sólo para Todd y que decidí hacer sólo teatro y no compartir con la televisión. Quise descansar y que descansen de mí. Estoy más que agradecido con lo que sucedió con Tratame bien, pero papas fritas todos los días no es bueno (se sonríe). Aunque el año que viene creo que volveré a Pol-ka, de la mano de Suar.
—Alezzo dice que sos uno de sus mejores discípulos y fue quien te impulsó a ser docente. ¿Quién sigue tus pasos?
—Muchos de los entrenadores del Estudio, como Lili Popovich y Luz Palazon. Hoy es un momento diferente, en los tiempos míos con Alezzo había una creencia o fe de que existía una cadena de mando. El nos hablaba de Hedy Crilla, nosotros de él, ahora todos están más preocupados por rápidamente romper, ya no existe el placer de formar parte de algo. En la actualidad todos quieren salir del problema del teatro, nosotros lo amamos y no queremos salir de sus problemas. Encuentro en Alezzo a un maestro y es uno de los grandes. Me gusta la situación del alumno y el maestro, donde la arruga es una promesa de un lugar donde hay que llegar. No es una guerra, es un camino.
—Después de “Sweeney Todd”, ¿qué vendrá?
—Un nuevo espectáculo para estrenar en el off, aún sin título. Es la última noche de siete mujeres, todas amigas, pero ellas no lo saben y el público sí. La estoy escribiendo con Camila Mansilla y Santiago Loza, y asumo la dirección y la escenografía, con actrices del estudio.
—A tus alumnos, ¿cuál le decís que es la peor tentación para un actor?
—La ignorancia.
—¿Más que la soberbia?
—La ignorancia va unida a la soberbia. No hay que librarse nunca del camino del conocimiento. El límite es humano, pero la no pregunta, el no cuestionamiento, el no involucrarse con la dudas es muy grave.
—¿La frivolidad?
—Tal vez ésa sea su mirada acerca del mundo, la frivolidad también es una posibilidad. No puedo cuestionarlo, sobre todo si es una elección.
—Cuando no sos Julio Chávez, ¿qué hacés?
—Siempre trabajo, pinto y estudio. Ahora armamos un grupo para meternos en el mundo de las matemáticas, hace tiempo que lo hago con la filosofía. Estudio y me meto en problemas como hacer Todd.
—¿Ves televisión?
—Casi no veo. Me gustaría poder seguir el ciclo “Lo que el tiempo nos dejó”, donde estuvo Cecilia (Roth), con dirección de Caetano, pero llego muy tarde. Cuando la prendí, me impresioné por la ausencia de ficción, pero tal vez haya que leer que todo es ficción. Algunos programas sólo son entendibles como una construcción, se ven peleas, discusiones…
—¿Hablás de “Bailando…”?
—Estoy hablando de muchos ciclos donde se dan esas mismas características. Tal vez esas personas también hacen ficción y actúan hasta mejor de lo que lo hace uno…
—¿Graciela Alfano estudió con vos?
—Sí, es cierto, fue una alumna brillante. Graciela se quiso anotar tres veces en mi estudio y no pudo por falta de vacantes. Después, cuando lo hizo, cursó todos los años y recién en tercero estuvo conmigo. Es una persona extremadamente estudiosa, esa es mi experiencia con ella. Así fue, no hay más que decir.
—El estudio no asegura que sea una buena actriz…
—Es que no me ocupo de entrenar buenos actores, enseño a personas que quieren aprender, después la historia dirá. Cuando entré en el Conservatorio, éramos treinta y fui el único que quedó. ¿Los otros veintinueve eran mentira? No, eran una posible semilla. ¿Quién soy yo para determinar quién sí y quién no? No voy a actuar como un fascista en mi espacio. Lo que haga de su vida a mí no me importa. Graciela Alfano es una persona pública que se bancó todo el proceso de estudio. Lo que hace afuera no me interesa.
Por Ana Seoane
Fuente: diario «Perfil»
Más información: www.perfil.com