En su nueva obra, Lo sagrado, el artista cumple por primera vez el triple rol de autor, director y protagonista. A días del estreno, reflexiona sobre este desafío, habla de la relación con sus colegas y explica por qué el teatro es su espacio de militancia. “Hago mi ejercicio de la ética, de la estética y de la responsabilidad en ese lugar.”
Julio Chávez recibe a «El Planeta Urbano» en su atelier, un espacio en el que se respira arte en cada rincón. Su gato, Malbec, aparece enseguida para supervisar que todo esté en orden, y al retirarse, deja el escenario listo para una conversación profunda.
Durante la charla, el actor, director y dramaturgo reflexiona sobre la palabra como herramienta, inspirado por el libro El arco y la lira, de Octavio Paz. “Hoy da pudor la articulación, especialmente cuando uno quiere darle conceptos serios. En el teatro, una palabra claramente pronunciada convoca a que aparezca el contenido”, explica.
En su nueva obra, Lo sagrado, que ya puede verse en El Paseo La Plaza, Chávez se pone en la piel de un filósofo y escritor para teorizar sobre la condición humana, planteando más preguntas que respuestas. Y, por primera vez, se anima a encarar el triple rol de autor (junto a Camila Mansilla), director y actor de la pieza. De este desafío y mucho más, habla en un mano a mano con EPU.
–Imagino que debe haber sido difícil abarcar tantos frentes.
–Fue complejo, no te lo voy a negar. Lo que más me cuesta es poder seguir a mis compañeros estando yo dentro, pero a su vez, estoy bastante habituado a tener un ojo afuera que está observando, chequeando, pensando, así que llego a esto con muchas cosas experimentadas en el camino, que hoy me doy cuenta que me estaban preparando para este momento. También hice ese triple rol en mi película Cuando la miro (2022), pero en teatro es la primera vez.
–Tu mirada invita a observar universos profundos. ¿Cómo mantenés esa búsqueda ante una contemporaneidad que muchas veces pareciera atentar contra lo sutil, yendo a otra velocidad?
–Es un trabajo, no te creas que yo no estoy tentado o no escucho lo que sucede alrededor; yo sé lo que pasa en la calle Corrientes, es una decisión lo que tengo. Tiene que ver con cómo fui formado y con un intento de hacer el ejercicio de traducir un diálogo que tengo conmigo, que es: “cómo es para mí”, “cómo es el sonido de mi propia subjetividad”, “cómo es el tiempo que merece esto”.
El espectador, tal vez, se va a sentir invitado a un ritmo que no es al que está habituado, pero vos tenés que elegir si vas a dejarte llevar por la aparente necesidad del espectador o si le vas a dar lugar a cómo percibís que es el asunto. Eso se llama responsabilidad. Yo admiro a quien se hace responsable, puedo no admirar lo que decidió, pero si una persona es consciente y se hace responsable de lo que hace, es muy valorable. Y te digo algo que le digo a muchos colegas tuyos: el teatro es el espacio en el cual yo he decidido ser militante.
–¿Me podrías explicar eso?
–Hago mi ejercicio de la ética, de la estética, de la responsabilidad e intento pensar en ese espacio. Yo no milito políticamente, porque si decidiese hacerlo, creo que no estaría trabajando como actor, estaría misionando o haciendo trabajos sociales. Para mí la militancia es cualquier cosa que vos decidas, es poner el cuerpo. Creo que la idea tiene escena y que el ser humano debe hacer la escena de sus pensamientos, y eso implica un compromiso activo, intentando que la acción corresponda a la palabra y la palabra a la acción. Como en ese sentido tengo un exceso de celador para conmigo, he decidido quedarme acá en el oficio actoral, intentando construir lo que entiendo que es el arte.
–Volviendo a la obra, ¿de qué manera concebís lo sonoro en relación a la puesta en escena y la actuación, teniendo en cuenta que acá sos el director también?
–Primero, estableciendo un vínculo, en este caso con Diego Vainer que es un músico excepcional y un sonidista extraordinario. Lo que me propuse es ver si podía aprender a trabajar mejor en equipo, porque para mí es muy complicado comprender que trabajar en equipo no es la democratización de las miradas, por lo menos en el arte y en lo que yo entiendo de él. Una criatura, para mí, tiene un padre o una madre y después tiene importantísimos colaboradores que hacen posible que vos puedas ejercitar tu mirada.
Creo que dirigir es aprender a gobernar; y gobernar es aprender a tener, a soltar, a escuchar, a recibir, a decidir y también a darte cuenta de cuando hay algo que no está bien. Es un permanente ejercicio entre la mirada propia y la posibilidad de flexibilizarla. En la naturaleza, las varas más firmes son las que pueden flexibilizarse un poco, si algo es extremadamente rígido, es muy posible que se quiebre.
–En «Lo sagrado» se produce un reencuentro complejo. Tu personaje acaba de terminar un libro autobiográfico y recibe la visita sorpresa del hijo de su antigua pareja, quien le pide que cumpla con una promesa. ¿Qué podés contar sobre eso?
–Parte de lo que queremos contar en la obra es que hay un encuentro, no se sabe muy bien si es el encuentro de un hombre grande con otro muy joven, el encuentro de un padre con su hijo, el de un creador con el objeto que lo inspiró, pero algo importante es que también representa el encuentro de un hombre con su conciencia. Es como si la conciencia le tocara el timbre y le dijera: “Llegó el momento de rendir cuentas”. En Lo sagrado también quisimos producir un hecho estético clásico, donde tuvimos el atrevimiento de decir que a nosotros nos gustan las películas, los climas, la música y nos gusta contar un cuentito que sea teatral.
–Sos un actor consagrado desde hace tiempo, pero tu actuación en esta última obra tiene un impacto especial. ¿Creés que estás en otro estadio de tu profesión?
–Ante todo muchas gracias, pero no puedo contestar a tu pregunta de una manera afirmativa, porque contiene un halago (se ríe). Intentando responderte, estoy en el medio del viaje, entonces no puedo evaluar demasiado bien. Lo que sí puedo presentir de mi proceso, es que hay una decisión y un riesgo en este espectáculo. Hay una manera de comunicarles a mis propios compañeros de rubro, que para mí el teatro es esto, lo cual no significa que lo que hacen los demás no sea teatro, sino simplemente cuál es mi visión en un momento muy particular del mundo, del país y de nuestro medio también.
–¿Te sentís un paria de tus colegas?
–No, para nada, de la farándula seguro, pero de mis colegas no. Si a ellos les importa lo que es el hecho teatral y los problemas que contiene eso, estoy totalmente dentro de la familia. Pero tampoco es que tengo la experiencia en el cuerpo de que realmente seamos una gran familia, pero no porque la rechace, sino porque no lo vivo así. Mi familia va desde Peter Brook a cualquier ser humano haciendo escena, es decir, haciendo cualquier gesto que intente ser una máscara de un sentimiento determinado.
A mis colegas les tengo un absoluto respeto, pero no me siento obligado a establecer un vínculo con alguien solo porque es actor, actriz o director. Mi mejor lugar de encuentro para con ellos, es el espacio del trabajo, es ahí donde yo establezco comunidad, hermandad.
–¿Pensás que a través de tu arte dejás una especie de legado?
–Puede que sí como puede que no y aún si así fuera, me parece que está bueno hacer el ejercicio de saber que si mañana vos, yo o cualquiera desaparece, va a seguir saliendo el sol, la gente va a seguir caminando y la vida va a continuar. Esto nos lleva a valorar lo que es la condición humana. Tanto en Lo sagrado como en mi vida, intento pensar qué es lo que me estoy diciendo a mí mismo y parte de lo que me digo es que por más que yo haga mi lucha, mi gobierno, mi trabajo, no soy el centro del mundo y cuando me muera no va a pasar gran cosa.
En ese sentido, estoy hablando sobre nuestra necesidad como humanos de trascender, porque queremos quedarnos acá y está bueno que, llegado el momento, la vida te advierta que es encantador lo que has hecho, que se te agradece mucho y que ya te podés ir tranquilo.
–Hace más de 45 años que tenés tu escuela de actuación, ¿qué encontrás en ser maestro y formador de actores?
–Yo no soy formador de actores, soy colaborador de alguien que se quiere formar, aprendí que la voluntad y decisión de formación es individual. He tenido grandes maestros, tuve y tengo ayudas fundamentales, pero el maestro que me formó, en todo caso, fui yo. Entreno actores por dos motivos: primero, porque me ayudó a establecer una economía básica para sobrevivir en los momentos en los que no encontraba el tipo de trabajo que quería hacer, y por eso le tengo un profundo respeto y agradecimiento. Y segundo, porque es el espacio en el cual puedo reflexionar sobre muchos aspectos del oficio, me obliga a estar en diálogo conmigo y con alguien al que le interesa la actuación. La labor con los alumnos ha sido y es, un lugar de aprendizaje muy valioso en mi camino.
Por Carolina Barbosa
31 de mayo de 2024
Fotos: Tommy Pashkus Agencia @tpagencia
Fotos en el teatro: @maderenaudier