La discapacidad, la crítica feroz contra el Tigre Verón, el ‘no’ a Netflix y más…
El viernes 10 estrena en La Plaza la obra que escribió, «Después de nosotros (el hijo de Juan Oribe)», sobre un hijo con retraso madurativo. Este año regresa con la segunda temporada de la serie sobre el sindicalista. Budismo, feminismo, redes sociales y otros temas.
Hay algo de Lionel Messi en Julio Chávez. No es la obviedad de la excelencia. Es ese concepto de Hernán Casciari de que «Messi es un perro». Eso que el escritor descubrió estudiándolo en videos: «En cada fotograma, sigue con los ojos en la pelota». «Le pegan en los talones: trastabilla y sigue. Los ojos de Messi están siempre concentrados, pero no en el fútbol ni en el contexto». «Los pone estrábicos, como si le costara leer un subtítulo; enfoca el balón y no lo pierde de vista ni aunque lo apuñalen». En el escenario, los ojos de Julio siempre están en su interlocutor, como si se metiera dentro del otro con la mirada. Puede caer un decorado. Puede sonar, impertinente, un celular, pero Chávez no va a voltear la cabeza. Como un depredador en trance al que nada lo interrumpe. Chávez también es un hombre perro.
Ahora los ojos de Julio están como salidos de su órbita, posados en el libreto de la obra que escribió junto a Camila Mansilla (Después de nosotros, el hijo de Juan Oribe, que se estrena el viernes 10). Durante un año, a cuatro manos y a cuatro ojos, construyeron una pieza que apuñala. El retraso madurativo, una familia que acompaña y una mirada que nos zamarrea como sociedad: inclusión, exclusión, qué tan evolucionados nos sentimos y qué tipo de evolución practicamos a diario.
En su atelier de Palermo, Don Hirsch -su apellido real- confiesa que en los ensayos, mientras se iba impregnando del personaje que protagoniza (Juan, el padre del muchacho con retraso madurativo), lo atragantaba una pregunta: «¿De dónde reconozco esa preocupación en mí?». Sin tener hijos, algo le era familiar. «Cuando era joven yo también me preguntaba si iba a poder hacerme un lugar en el mundo. Reconozco esa sensación. La duda sobre el tránsito al fracaso».
-Tal vez la discapacidad física sea un tema más frecuentado en el teatro, pero ¿la mental es una zona menos explorada? ¿Es como un gran tabú de la ficción?
-Hay materiales que si bien no hablan de un retraso madurativo, hablan de cierta zona. En El zoo de cristal, Laura, por ejemplo, vive una situación física particular. O si querés, en El Hombre elefante. O en Woyzeck… Acá, en Después de nosotros, Juan y Andrea (Alejandra Flechner), padre y madre, son personas progres, de la cultura, de clase media, profesionales, intelectuales, con posibilidades de análisis, de maestros, de instituciones. Ya no están juntos y no es ese el conflicto. El conflicto es cuando Juan está en un momento que lo hace pensar: un año más, y qué va a pasar con su hijo cuando ya no esté él. ¿Qué mundo es este para un padre que tiene un hijo con retraso madurativo? Ese hijo es un ángel, un ser hermoso, el problema es que «este mundo es asqueroso», dice Juan. Y eso me recuerda a mi padre.
-¿En qué?
-Mirá yo tengo una hermana. Cuando nací, mi padre sintió un alivio especial. Era importante para él un varón. Era algo estructural, cultural, como sea. Yo pensaba en esa tranquilidad para un padre así, si a los cinco o seis años lo llaman para decirle que el chiquito tiene problemas de aprendizaje habla de un retraso madurativo para este mundo que hemos construido. Porque si fuera en otro mundo menos utilitario, sería distinto. En este mundo todo se tiene que usar para. Él advierte que en tanto esté, no va a dejar que le hagan daño al chico.
-Uno de los ejes es el miedo al daño entonces…
-Es que creo que todos construimos muy sobre la experiencia del daño. Sobre la experiencia de eso que hay que cuidar. Yo me pregunto si uno no construye una personalidad para protegerse. Si finalmente lo que llamamos «el yo» no es una protección para algo mucho más amplio que el yo. Si eso se construye sobre una zona dañada. No lo sé. Que hablen los psicólogos. Yo tengo mucha experiencia en el daño. Tengo un problema: muchas veces tengo miedo de que al otro le hagan daño. Me toca esta obra en el sentido de cuidar a alguien. Siento mucho placer en cuidar. En sentirme protector, sostén.
-La discapacidad hoy tiene algo de mayor visibilidad, pero también vivimos en esa esa zona de corrección política actual, donde lo que se dice no necesariamente se practica.
-Nuestra obra no habla de lo que tiene que ver con instituciones, con la educación y la inclusión. Yo creo que sí hay un avance del lenguaje, que no son solamente formas. No me gusta meter esta obra en una generalidad. Hoy es muy fácil un carnet de políticamente correcto. También está bueno preguntarse: hay seres humanos que no pueden aceptar tan fácilmente algo, incorporarlo. ¿Y los que sienten vergüenza? ¿Y los que creen que no es lo mismo un hijo que puede aprender que uno que no? Una cosa es entender que hay avances sociales importantísimos. Y otra que esos avances anulen la experiencia conflictiva de cada ser humano. Quisimos escribir una obra que no hablara en general. No existen “las familias así”. Es un caso. Ese padre imagina el pensamiento de los otros.
-¿Y qué piensan los otros?
-«Ese chico no funciona». Él lee lo que piensan. Obviamente es su subjetividad. La humanidad funciona como material descartable. Esta obra está sostenida por el profundo amor. Y Dios. El chiquito habla con Dios de una manera muy ingenua.
Julio (63), el hijo de un alemán y una mujer de ascendencia egipcia, el «sin techo» que disparó la aguja interpretativa en Yo soy mi propia mujer, Un oso rojo, El puntero, El maestro y tantos mojones es budista. O al menos intenta. «Empecé con el budismo cuando mi padre enfermó de cáncer. Me dijeron que tenía por delante seis meses. Tuvo una sobrevida de tres años. Hermosa sobrevida. Enfermó estando yo muy distante. Él estaba muy desprotegido. Económica e intelectualmente. Y aprendí a protegerlo, a ser papá de mi papá. Mirá que loco: cuando yo me despreocupé de cómo era él como padre y empecé a ocuparme de protegerlo, él se convirtió en un padre amoroso, y yo en un hijo amoroso. Fue una despedida hermosa. Agradezco enormemente esos tres años. Porque yo nunca había tenido contacto con el proceso hacia la muerte. Me creí poco fuerte para resistirlo».
-¿Qué es lo primero que ves en un alumno aspirante a actor cuando llega a tu estudio?
-Si tiene necesidad.
-¿De qué?
-Una cosa es querer y otra es necesitar. Ahí me apoyo en Ortega y Gasset. En una universidad llena de gente, dice algo así como que el 90 % quiere estar, pero va permanecer el que necesita estar. La necesidad no se elige. Se tiene. Me iluminó mucho eso. Porque comprendés que entrenás a mucha gente que tiene ganas , pero la pregunta es ¿quién lo necesita? Y a veces no lo necesita ni quien más condiciones tiene. Necesidad es necesidad: aprendo porque lo necesito. Yo cuando ingresé al conservatorio no tenía muchas condiciones, tenía necesidad.
-Parece un chiste: ¿No tenías condiciones?
-No. E incluso tenía muchos problemas. Estaba desesperado por un lugar que me de un espacio para hacer algo. La pregunta que me hago ahora es: si te rescataron. Te dieron de comer. ¿No vas a ser exigente con vos cada día? ¿Con qué derecho?
El Tigre Verón 2: «Me gusta contar historias de pecadores»
-¿Por qué romper la «regla de oro» propia de no hacer dos años seguidos TV, para volver en 2020 con la segunda parte de «El Tigre»?
-El Tigre ha sido un gran aprendizaje. Porque me propuse cargar con esa figura de sindicalista y humanizarlo al máximo. Que vos no puedas no sentirlo humano. Como me pasó con «El puntero». Quería construirlo humano. Un Tigre Verón padrazo caudillo, con sus errores, tipazo. Aprendí mucho en ese sentido, cómo defenderlo, llevarlo adelante. Estoy agradecido de esa batalla. Si la producción, (Adrián) Suar, el canal quieren volver a hacer ocho capítulos yo estoy obligado a hacerlo. Me siento en el deber. En este caso es mas importante la prestación del servicio, la lealtad que esa idea que yo tengo de no hacer ficción dos años seguidos.
-¿Sentiste que el ataque hacia «El Tigre» fue como más violento que en el caso de otros personajes que atravesaste?
-Fue un poco anticipado. Si hubiesen visto todo el programa hubiesen entendido que ese ataque no tenía sentido. Entiendo que hay necesidad hoy de llevar algo a un lugar. No me voy a poner a pelear contra eso. Salvo si me llaman a declarar.
-¿Te sorprendió el intento de denuncia de Hugo Moyano?
-Yo sabía lo que estaba haciendo. Estaba muy lejos de la biografía o de criticar a un sindicalista. Yo me puse a defender al personaje, así lo viví, pensando ‘qué pedazo de tipo’. Si mirás cómo lo interpreto, vas a ver que no hay una opinión negativa, por el contrario, me pongo en tu piel, en tu lugar. Yo no estoy para estigmatizar a la humanidad. Yo estoy para comprender y para poner en duda aquello que se supone que se sabe cómo es. Yo no puedo meterme en lo que otro espacio hace con lo que yo hago. Pero si se meten en mi espacio, yo voy a salir a explicar. Lo que hice fue pedir disculpas y hablar de mi oficio.
-¿Te puede llegar a angustiar atravesar una crítica de un sector tan fuerte?
-Son momentos fuertes, el barco se mueve, pero no todos los viajes son sin relámpagos. Este piloto ha aprendido mucho. Salí solito a dar mis razones. Yo hablo en nombre de los actores, de mi oficio. No voy a salir a criticar a nadie, ni a atacar. Voy a salir a defender mi oficio. ¿Me gusta? No me gusta que estén enojados conmigo. ¿Voy a hacer algo para que dejen de estarlo? ¿Voy a dejar de hacer el programa como lo hice? No. Sé que puse mi cuerpo y mi corazón . Lo que cada cuál utilice o cómo lo quiera interpretar, no me meto.
-¿Evitás hablar de política? Es como si fuera una zona que no transitás, al menos en entrevistas…
-No. Aún en una situación política, digo ‘voy a hacer una prestación de servicio’ voy a pensar en interpretar a un ser humano. Un colega tuyo me preguntó: ¿Pero harías la vida de Hitler? Por supuesto. ¿Lo defenderías? No. Lo intentaría comprender. Una cosa es defender, otra comprender. Mi trabajo no es ni defender ni atacar, es comprender una naturaleza. Ahora, si advierto que un libro está muy en una dirección que no voy a poder torcer, no lo hago Por ejemplo: me ofrecieron hacer una serie sobre unos sacerdotes. Y no acepté.
-Era un proyecto de Netflix…
-Sí. Veía claramente una decisión de una opinión políticamente muy correcta.
-¿Una defensa de la Iglesia?
-No, por el contrario. A mí no me gusta cuando el arte de la actuación ocupa el lugar del periodismo. Yo no estoy para criticar a la institución policial o defenderla. Eso es un trabajo de otro espacio. No me meto. Digo: ¿El arte qué tiene para aportar ahí? ¿Va a decir lo mismo que un periódico, que un noticiero, que un programa de opinión? Yo estoy para ver si desde mi límite puedo construir un elemento de humanidad que ponga en dudas tantas certezas. El puntero para mí siempre tuvo algo que me encantó: no es un tipo que se levantaba a la mañana pensando ‘quiero hacer el mal’. Pero se acostaba y pensaba ‘las cosas no las hice bien’. ¿Qué ser humano hace las cosas con criterio todo el día? ¿Quién responde a la Constitución universal? No quiero diferenciarme de los que cometen errores. Me gusta contar historias de pecadores.
-Tenés una alianza eterna con Adrián Suar. ¿Podríamos verte trabajando para Sebastián Ortega?
-Por supuesto. Yo no soy parte definitiva de nada. Es como suponer que hay que ser infiel después de diez años de matrimonio. Yo no soy un veedor de televisión. Pero me parece que es un gran empresario, una cabeza interesante. La diferenciación me parece importantísima, le hace bien a Polka y a ellos. Yo siento que mi amigo Adrián ha sido un pionero importante de esto. Lo bueno es que hoy no están solamente Polka y Ortega. Están Netflix, Flow, HBO, Cablevisión… Claro que tengo ganas y curiosidad, pero no hay nada que me genere un «Eso yo me lo perdí de hacer».
-¿Vivís realmente al margen de las redes o al estilo Francella espiás lo que pasa por medio de una cuenta sin tu nombre?
-No. Realmente no. Me lastima enormemente. No me acerco. Porque no sería ver lo que pasa, sería ver algo de lo que pasa nomás. Prefiero quedarme en el 2004. Prefiero leer a Rita Segato y que ella me cuente un poco el mundo. Agarrar autores y que me hablen.
-Rita Segato abre una perspectiva que enoja a muchos varones. ¿Qué te pasa con esos textos?
-Yo no me puedo enojar con nada. A lo sumo me preocupa la utilización de eso. Y cómo se empieza a utilizar de una manera. Yo la leo y me parece un ser muy pensante, no una resentida. Como todo pensamiento, es un pensamiento. No está atacando, está pensando. Y si después la utilizan ya no es nuestro problema. En el teatro pasa mucho esto: de pronto un autor es tomada por una generación para atacar y el autor no estaba atacando a nadie, estaba pensando sobre un asunto.
-¿Qué te genera la visibilización más que nunca de la lucha feminista?
-Estoy lleno de dudas y preguntas. Esperemos que bajen las aguas. Hay muchas escenas teatrales a las que no voy a poder renunciar. Porque son escenas de la humanidad. Puedo comprender tranquilamente en un ámbito decir ‘todes’, pero en una obra, tal personaje dice «todos». Y dice «nosotros, los hombres». Sino la pregunta es entonces: «¿Qué hago? ¿Voy a renunciar al lenguaje de la humanidad? Hay muchos hombres como lo fue mi padre, que todavía se sienten contentos porque tuvieron un hijo varón. Yo no voy a tirar por la borda esa experiencia. Se agrega una nueva humanidad, pero no para descartar lo anterior. Como hombre de teatro debo plantarme: no hay que estigmatizar a la mujer, pero también hay algo del cortejo que sigue siendo una escena. Las escenas contienen errores. Vivo también de las escenas erradas. El teatro se hace en base a gente que se equivocó, no en base a gente que sabía hacer las cosas. Edipo se equivocó, Hamlet se equivocó, Macbeth se equivocó.
MARINA ZUCCHI
09/01/2020 –
Clarín.com/Espectáculos/Teatro