“Cuando recibo un elogio, bajo la cabeza….

Julio Chávez: “Cuando recibo un elogio, bajo la cabeza, porque no quiero ver la mentira que hay detrás de eso”.
Julio Chávez piensa el arte desde a través de lenguajes multidisciplinarios.
En pocos días, el actor reestrenará el laureado unipersonal Yo soy mi propia mujer y debutará como director de cine con Cuando la miro, film donde también comparte el protagónico con Marilú Marini; radiografía del universo de quien eligió vivir la vida a través del arte y sin dejar de pensarse a sí mismo.
Él mismo abre la puerta de su estudio ubicado en ese Palermo que aún conserva cierta atmósfera borgeana. “A los 66 años, aún me siento descubriendo. Eso hace que, en mí, el oficio no pueda tener fijeza. De hecho, hoy pensaba, mientras pasaba la letra de la obra, que es importante, para ganar sencillez, tener una buena dicción, porque la buena dicción hace que la palabra se pueda escuchar tranquilamente”, dice Julio Chávez poco después de recibir a LA NACION en una mañana de copiosa lluvia que impone aceptar el café que él mismo sirve.

El 5 de agosto estrenará –en el Metropolitan y por tercera vez en Buenos Aires–, Yo soy mi propia mujer, el magnífico texto escrito por Doug Wright que le ha valido numerosos reconocimientos. Un mes después, dará a conocer Cuando la miro, el film que marcará su debut como director cinematográfico y en el que comparte el protagónico con Marilú Marini. “Son épocas. Hay momentos más calmos y otros en los que se alinean varios proyectos en simultaneo”. A pesar de todo lo que implican los estrenos, se lo ve tranquilo, con ganas de hablar, relajado.
Julio Chávez hizo de su estudio en Palermo el espacio para la creación de sus proyectos artísticos.
Ser su propio Charlotte
En Yo soy mi propia mujer, Julio Chávez se pone en la piel de Charlotte Von Mahlsdorf, personaje real nacido en Berlín del este que, desde muy pequeña, se autopercibía como niña y buscaba lucir la ropa de esa identidad profunda que excede a la genitalidad. “Estoy expectante sobre cómo va a funcionar, sobre qué dice hoy, qué quiere contar”.

–Estrenaste la obra en 2007, la repusiste en 2016, y ahora la volverás a hacer, en un momento de imprescindibles transformaciones culturales y de derechos adquiridos por colectivos de género que hoy experimentan una validación social.

–Ya no es un fenómeno particular, sino un fenómeno muy popular, hay un movimiento muy importante de mucha gente junta construyendo un colectivo de legitimación en el mundo, frente a Yo soy mi propia mujer, que era un solo ser humano en medio de una Alemania bombardeada, vestido de mujer, sabiendo que, en cualquier momento, le pegaban un balazo. A mí me conmueve la lucha autónoma, casi anárquica, de no tener con quien unirse más que con su propio deseo. En la historia de la humanidad hay muchos hombres y mujeres que han luchado por su autonomía y que han hecho el ejercicio de su libertad de una manera conmovedora cuando eso ni siquiera era un derecho, sino un riesgo.
Von Mahlsdorf creó un museo en Berlín, que aún hoy sigue abierto, donde salvaguardó los objetos de arte y el mobiliario que rescató de los embates de la Segunda Guerra Mundial. Por este aporte al patrimonio cultural germano fue distinguida con la Orden Alemana del Mérito, luego de la caída del Muro que separó a la ciudad en dos.

-Charlotte se enfrentó tanto al nazismo como al comunismo.

-No solamente eso, se dice también que fue colaboracionista. Para mantener su museo en pie, habría aceptado colaborar cuatro años con la Stasi, la policía secreta alemana.

-Eso permite que la obra dimensione de otra manera al personaje, mostrando también sus oscuridades.

-Lo hace políticamente incorrecto y polémico, pero me pregunto qué ser humano no hace por supervivencia algo a cualquier precio. Todos sabemos que las cosas no pueden ser como son, pero dejamos que así sean porque se quiere vivir tranquilo.

-En complicidad.
-A mí mismo me tengo que decir “no te hagas el piola”, porque, ante el espanto de las situaciones imperantes, deberíamos preguntarnos cómo vivimos y si estamos dispuestos a ceder algo de nuestras vidas, en lugar de poner cara de horror. Entonces, quién es realmente el que no permite que algo espantoso pase en función de conservar lo que entiende que es importante en su vida, sabiendo que algo no está bien. No critico, me lo pregunto. No digo que lo que hace Charlotte está bien, pero no hay cien Che Guevara ni Rosa de Luxemburgo.

-El personaje parte de un empoderamiento de identidad.

-Yo soy mi propia mujer, es una frase revolucionaria, como una cinta de Moebius, no se sabe dónde comienza y dónde termina. No dice “soy una mujer” sino “soy mi propia mujer”. Es decir, pone algo en el afuera de lo que se apropia.

-Es plantear que uno es su propio yo adquirido.

-Es complejo para los seres humanos pensar que somos una construcción, atravesados la psicología, la cultura o las circunstancias.
-Tu composición estética del personaje es muy sutil.

-Es que ella no se ocupaba de ocultar su masculinidad. No se pintaba, no se arreglaba las manos. Era como Batato Barea, un ser tocado por los cielos, muy particular, un objeto increíble, menos artista que (Alejandro) Urdapilleta, quien era un artista inmenso, pero volvía a su mundo personal cuando se bajaba de la escena. En cambio, la vida de Batato era un hecho artístico en sí mismo.

-Es la tercera vez que la obra sube a escena, ¿habrá diferencias con respecto a las versiones anteriores?

-Habrá algún cambio con respecto al dispositivo escénico que, anteriormente, era de vibración muy serena. Siento que hoy, pensando en el espectador actual, hay que levantar un poco la luz. El desafío es cómo hacer para que el espectador que participa del proceso se disponga a escuchar.

Diversidades
Julio Chávez también ha canalizado sus ideas a través de las artes plásticas. Desde pinturas hasta la construcción de objetos asimétricos, que confirman con sus formas caprichosas los motivos por los que no le fue bien con las asimetrías que le proponían en el colegio industrial. Chávez frente al lienzo pasó de lo abstracto a lo figurativo. Fue y volvió. Así como en ese rol no se lo puede encasillar, como actor sus registros son expandidos.
En teatro, Julio Chávez puede ser Charlotte Von Mahlsdorf o el oscuro villano del musical Sweeney Todd; frente a las cámaras de la televisión, el actor puede mutar en el sindicalista Miguel “El Tigre” Verón o en el divo de ballet Abel Prat de la serie El maestro; así como en cine puede transformarse en Rubén, el opaco ser cansado de brindar servicios de seguridad del film El custodio. “Me aprovecho de un atributo que tiene el oficio. Algunos gustamos de ejercer eso, otros colegas prefieren pararse en una paleta determinada”.

-Es un riesgo bucear en aguas diferentes.

-Pero también hay artistas que son obligados a salir de esa zona de confort y terminan perdiendo el vínculo con lo que realmente les gusta hacer. Es una pena que, cuando alguien sabe hacer helado de determinado gusto, se expande a otros sabores que no les sale bien.

-Es interesante tu mirada, ya que se suele juzgar a quien no asume riesgos o no busca cambios en las poéticas y lenguajes que elige abordar.
-Es burgués pretender que alguien cambie esa forma de trabajo que lo hace feliz u obligarlo a hacer lo que no desea hacer. El problema está cuando alguien busca cambiar y termina aplicando siempre la misma fórmula o no está dispuesto a entrar en una zona de dificultad. Hay actores que siempre tienen una misma cara y la usan muy bien. Yo no soy así, mi oficio no se desarrolló de esa manera, hay algo de mi naturaleza que tiene una cierta inquietud. No he encontrado un lugar fijo y cómodo al comienzo de mi trabajo, me llevó mucho tiempo construir mi actor y me deconstruí muchas veces. También mi formación fue así, tuve maestros a los que les tuve que “cortar la cabeza” porque aparecieron otros nuevos y eso no significó desvalorizar al anterior.

Julio Chávez se formó con Agustín Alezzo, Carlos Gandolfo y Augusto Fernandes. De aquellos maestros brotó su inquietud permanente y el camino de búsqueda. “A nada le pondría cemento fijo, siempre hay algo que se mueve y va cambiando”.

-Como la vida…

-Como la vida de algunos y a veces. La filósofa española María Zambrano explicaba que, para algunos seres humanos, pudiendo tener todos los días diferentes, todos los días son iguales. Es despiadado, pero es un poco así. Como también entreno personas, intento transmitir algo de todo esto.
A lo largo de la charla, emergerán las ideas de alguien al que se percibe como muy atento a bucear en sí mismo buscando entenderse. Chávez desnudará su vida rica interior acompasada por su pasión por la lectura. Para el actor, los libros son la construcción de un mundo posible.

-Sos un actor que ha amasado prestigio y popularidad al mismo tiempo. ¿Sos consciente de esos rótulos? ¿Cómo llevás el etiquetado?

-Con preocupación… No soy cínico, soy un hombre de fe e ilusión, y también soy inocente y hasta naif. Soy de los que creen que existe una escala de valores y la frase “el mejor” para mí, aún hoy, tiene credibilidad. Conozco también el engaño y el autoengaño y esa cosa de rey muerto, rey puesto. Está escrito en Ricardo II, de (William) Shakespeare, que comprende qué es la corona, justamente cuando la pierde y le pregunta a alguien que ya no cumple con el protocolo, si no era el que hasta ayer se había reverenciado ante él. He leído y conozco lo que pasa en la vida. Inda Ledesma, una actriz que hoy hay que explicar quién era, tenía atributos que ya casi no se comprenden en el oficio. Era una mujer que comprendía el trabajo de la palabra y transitaba el hablar como nadie, y tenía noción de la mirada. Sin embargo, cuando murió, casi no se enteraron ni los colegas. Quien ha visto eso, no puede no dudar en que el prestigio y la popularidad pueden ocasionar tristeza. Yo tengo un contrato para con mi oficio y es de lo único de lo que me quiero ocupar, ya que la popularidad viene y se va, y el prestigio, en el mundo en el que vivimos, con un tweet se pierde. Hoy, quien quiera conservar el prestigio se debe manejar con mucho cuidado, las leyes ya no son las de antes.

-¿El prestigio es más vulnerable?

-Y más dañino, con un pequeño comentario se puede derrumbar toda la carrera de un ser humano. Por eso, cuando recibo un elogio, bajo la cabeza, porque no quiero ver la mentira que hay detrás de eso.

-¿Cuál es el trabajo de un actor?

-El trabajo de un actor es también el trabajo de un poeta, ya que nosotros formamos parte del arte.

-No todo actor hace arte.

-Es cierto, y no tiene por qué hacerlo. Tampoco todo poeta hace arte. Uno se ocupa del problema del arte, pero quién hace arte, lo podemos discutir.

Opera prima
En lo que fue una casa chorizo se respira arte. Allí están sus obras y las de Javier, el artista plástico alter ego que construyó para interpretar en, nada menos, que su debut como director de cine. Cuando la miro, tal el nombre del film, que cuenta con guion del propio Chávez y de Camila Mansilla, es un material donde la palabra juega un rol preponderante.

El hijo interpretado por Chávez comienza a desarrollar un singular proyecto al documentar de manera audiovisual las charlas con su madre, especialmente organizadas para plasmar frente a una cámara, en un proceso recíproco donde ambos dicen y ambos se miran. “El rol del que mira, de quien recibe el mundo, es muy importante. Muchas veces, se pone la luz en el objeto que se mira, pero también hay importancia en el objeto que recibe, y en esto incluyo al espectador, que es quien mira y recibe, y quien va a construir y darle sentido a eso”, sostiene el actor, ensimismado en la dialéctica filosofal de su ópera prima. Cuando la miro es toda una edificación semántica: “El mundo se crea cuando el ser humano lo mira, si no es mirado no existe. Hay mundo porque se lo mira”.

-Similar a los basamentos del teatro donde, si no hay quien lo mire, no se produce el acontecimiento.

-Como decía Peter Brook, si hay un ser caminando por un espacio y otro que mire, hay teatro.

-¿Por qué Javier graba las conversaciones con su madre?

-Como Javier tiene un embelesamiento con ella, la graba para tener registro de algo que él no puede comunicar. Siempre un relato es relativo, así que, si Javier cuenta algo de la madre, pueden no creerle.

-Aparece muy clara la capacidad de escucha.

-Javier puede escuchar a su madre porque ya no hay enojo, resentimiento ni rencor.

Habla apasionado sobre su personaje, con ternura y hasta sorprendido por su autonomía, como si no fuese una creación salida de las entrañas de su pluma. La concepción de la mirada puede ser prístina o convertirse en un laberinto: “Todos miramos y todos podemos ser observados. Creer que sabemos cómo son los seres humanos, aún cuando amamos mucho, es un problema. Somos pornográficos y creemos que vamos a captar todo, pero siempre se trata de descubrir un misterio. El otro es un misterio. Es un problema que uno crea que sabe cómo son las cosas”, enfatiza Chávez.

-Creer que se conoce todo del otro es una actitud soberbia.

-Esa es una palabra con mucho peso, yo creo que es ignorancia, que es la peor soberbia que se puede construir.

-¿Por qué se decidió que vos mismo generarías la obra plástica de tu personaje?

-Fue una decisión mía que la obra de Javier la tenía que producir yo. Como artista, fue un gusto poder jugar a eso. Por otra parte, qué es la obra de uno. A veces, uno fija identidad y no se permite producir otra cosa porque considera que no pertenece a su ADN y creo que es un error.

-Esa obra es una posible forma de actuar, interpretar a uno otro.

-Sin duda, es darle forma y representación a una idea.

-Cuando la miro es un material que, más allá de su lenguaje visual, puede ser escuchado dado el valor de su oralidad.

-Ahí hay una apuesta mía como cineasta. Creo que cuando dos seres humanos hablan y se escuchan, producen movimiento y que ese movimiento el cine lo puede capturar, si es que el director no entorpece y lo rompe con movimientos de cámara innecesarios. El lenguaje articula sus pausas y el propio ritmo. Hay que generar el interés por la palabra, sin divertimentos visuales que, en definitiva, cortan la experiencia.

-La media de público a la que deben llegar las películas para no ser levantadas una semana después de su estreno no deja de ser un mecanismo arbitrario. ¿Te pesa esa lógica?

-Conozco eso desde antes que vos nacieras, no me voy a sorprender.

-Sorprender no, pero podemos coincidir en que no siempre es justo y se termina por convertir al cine en una materialización que se mueve por las leyes del mercado.

-Eso lo sé muy bien, pero yo me paro en el parámetro de “un ser humano se expresa” y no en el “para cuántos”. Tengo la dicha de haber hecho Cuando la miro, película que tendrá la historia que tenga que tener y, todo lo que tenga que suceder, lo voy a recibir con agradecimiento.

-Está pensado vender la película a alguna plataforma como Netflix.

-Sí, pero no sé si será Netflix, no está decidido, aunque, todo lo que sea bueno, bienvenido, cuanta más gente la vea y le guste, mejor, cuando más recuperen los productores, mejor.

-Pero no prostituirse en función de eso.

-Es una palabra muy fuerte, porque no sé cuan prostituta soy yo, pero puedo decir que, para mí, Cuando la miro es un acto de libertad. Agradezco esta posibilidad de expandir mi lenguaje y ocupar el lugar del director, de poder canalizar mi trabajo pictórico, autoral y como actor.

-Al cumplir con tantos roles simultáneos, ¿necesitás de la mirada externa que pueda observar lo que hacés?

-Por supuesto, necesito el diálogo con interlocutores válidos, poder pensar, conversar, escuchar y decidir. En el proceso de la dirección entendí y aprendí que debe ser parecido a gobernar.

-¿Aplicaste esa lógica?

-Por supuesto. Y, en ese trabajo de la dirección, me he descubierto democrático y tirano. En definitiva, las decisiones finales son siempre del director. Hice ejercicio de lo que creo.

-¿A qué te referís?

-En que no creo que el arte sea democrático. La mirada es la mirada y la decisión la toma el director en base a eso, más allá del valor del equipo con el que trabajás.

Epifanías
-Dijiste que eras un hombre de fe y tanto en Cuando la miro como en Yo soy mi propia mujer hay referencias al judaísmo. ¿Cómo te vinculás con la religión?

-Vuelvo a mencionar a María Zambrano, tomo otra frase de ella: “No sé si creo en Dios, pero lo supongo”. Tengo la ilusión, pero nada más. Y con respecto a la religión, tengo la formación de los primeros años de mi vida, pero no tengo vínculo con las instituciones, porque no tengo vínculo con los dogmas. En realidad, creo en las escenas, ya que si entrase a una mezquita, creería en Alá, si fuese a una iglesia, creería en Cristo, y en un templo pensaría en la Torá. Tengo la capacidad de provocarme a la creencia.

-Malformación profesional ir en busca de los roles.

-Es un juego.

–Das la sensación de cultivar una rica vida interior, atravesado por el arte y las lecturas.

-Intento ocuparme en aquellas cosas que siento que me hacen bien, que no me dañan y en las que yo puedo hacer algún bien.

-¿Mucho psicoanálisis encima?

-Sí, tengo mucho trabajo hecho conmigo, pero no atravieso el mundo a través de interpretaciones. He aprendido a pensar, antes que a interpretar. Todo el trabajo que tengo en ese espacio psicoanalítico tiene que ver con pensarme, y no me pienso diferente a como pienso cualquier hecho artístico. El psicoanálisis, como las lecturas, el arte y las clases que dicto me han construido en un ser pensante, pero más que rico interiormente, ocupado en hacer de mi interior una expansión.

-A los 66, ¿cómo te atraviesa el devenir del tiempo?

-Es un horror, es una trampa espantosa, una experiencia sumamente privada. Somos muy cínicos en la forma de tratar al tiempo y en cómo lo queremos tapar. Me gusta el respeto frente al tema, es sensible, particular y único de cada uno.

Pablo Mascareño
31 de julio de 2022
LA NACION