«Amo profundamente el trabajo del actor»
Se luce en «Ella en mi cabeza», obra que repasa, íntegra, dos horas antes de cada función y con un botón en la boca, para modular mejor. Defensor y militante de su profesión, es también artista plástico y artesano en madera, herencia de su padre. Mañana comienza a filmar «El custodio».
Dice que «es una anécdota más vieja que Olinda Bozán». Exagera. Está bien: la anécdota tiene casi 30 años. Pero vale la pena. Pasó a fines de 1975, durante la filmación de No toquen a la nena, el primer papel de un adolescente estudiante de teatro llamado Julio Hirsch. Juan José Jusid dirigía la película. «Fue en el apuro de una primera nota que me hacían en mi vida, yo tenía 17 años, y era una época en la que un estudiante solía preguntarle a otro: ¿cómo te vas a llamar? Uno buscaba nombres artísticos, después esa época pasó». El que cuenta la historia es Julio Chávez, tiene 48 años, 32 de dedicarse a la actuación, profesión a la que con el tiempo le fue agregando otras: autor, director, maestro de actores. Y, como si fuera poco, artista plástico.
Este año lo encuentra protagonizando en teatro Ella es mi cabeza, y a punto de rodar, desde mañana, El custodio, opera prima de Rodrigo Moreno.
Pero antes de volver al presente, la historia del origen del nombre sigue así: «Jusid decía que siempre iban a escribir mal mi apellido. Y yo tenía 17 años. ¡Era tan esperanzador poder escaparme de mí mismo! Creía que la solución estaba en cualquier lugar menos en mí mismo. Le dije que mi apellido materno era Jabes —la madre es egipcia—, y lo descartó porque dijo que Julio Jabes tenía demasiadas jotas. ¡Y era Juan José Jusid el que lo decía!».
Chávez cuenta esa anécdota apoltronado en un sillón blanco del gran living luminoso de su departamento en Palermo Hollywood donde ese es el color que manda. Y donde muebles «útiles» que albergan un equipo de audio, cds y libros (desde un Spinoza de Gilles Deleuze y mucho libro de arte a una biografía de Susana Giménez, valor: $5) conviven con los «mueblecitos útiles» que él fabrica. Desde ese sillón, y entre cigarrillos, habla de cómo le resulta ser dirigido por un colega o trabajar con una alumna, y reivindica el trabajo del actor, para él, casi una religión.
¿Cómo te llevás con Adrián, el personaje que representás en «Ella en mi cabeza»?
Es un personaje de esos que autorizan a que cada autor le ponga la impronta personal. Es un rol que podría ser contado de muchas maneras, es un neurótico que puede tener muchas caras, tantas caras como seres humanos hay. Cuando me llamó Oscar (Martínez) para hacerlo, pensé «¿por qué no lo hacés vos?». Al principio estaba un poco temeroso de que este pensamiento me impidiera hacer mi trabajo, cosa que no pasó. Y hoy por hoy es un rol del que me siento sumamente dueño, no le permitiría a Oscar hacerlo, he tenido mucha libertad en los ensayos, si bien nunca se pudo corregir una sola palabra, porque Oscar es muy receloso de su material y muy estricto con el texto. Adrián es un personaje muy claro, los vericuetos que tiene los expone en el transcurso de la obra. Es un rol muy expansivo, sumamente expresivo, y exigido, porque la obra dura una hora y 23 minutos cuando estamos a tiempo, 24′ cuando estamos un poco lentos y 22′ cuando estamos apurados. Está milimetrado. Y el de Adrián es un rol que pide estar construido de manera fresca.
¿Es verdad que llegás dos horas antes de cada función para ensayar?
Sí, es verdad. Hay actores que necesitan antes de la función contarse un chiste, otros necesitan llegar 15 minutos antes y comerse un bife de chorizo, hay actores que necesitan rezar. Yo necesito llegar, prepararme, cambiarme y pasar la obra en su totalidad. Lo hago todas las funciones, me gusta armar las situaciones que hago en el escenario, y mientras el iluminador chequea las luces y el utilero chequea la utilería y la asistenta está chequeando que toda la escena esté en orden, yo estoy chequeando que mi articulación funcione, que mi aparato esté lo más despierto, porque en el momento de la función tenés que estar llevando muchas cosas en la bandeja, y si te olvidaste del sacacorchos, se te arma un quilombo bárbaro. Y yo cuando viajo chequeo 90 veces si tengo el pasaporte. Así que confiado no soy.
Sos obsesivo.
Soy obsesivo, sí… y consciente de dónde pueden aparecer mis dificultades. Como sé frente al miedo cuál es el soldado más delgado que tengo, el más débil, el que más asusta, el que más manifiesta el problema, intento darle de comer de la mejor comida para que en la batalla se sienta sostenido. Además establecí un vínculo muy afectivo con el entrenamiento. Me gusta gobernarme, me gusta hacer deberes, someterme a mis propias leyes, me hago caso, y me parece importante no sentir que el barco te hace caso porque sos un capitán a quien la tripulación responde.
Y en esos ensayos practicás con un botón en la boca.
Sí, me ayuda a articular. Pero esas son técnicas, cada actor tiene la suya. También me gusta la sensación de que cada función me la tengo que ganar. Alguien podría decir soltá un poco, relajá, disfrutá. Pero disfrutar tal vez es eso. Yo amo profundamente el oficio, el trabajo, el problema del actor. Esta cosa tan extraordinaria de estar construyendo ficción y al mismo tiempo presentarte como un ser humano presente en el escenario y conocedor de la partitura que tenés que tocar. Es una estrategia como la que tiene un equipo de fútbol, que sale a la cancha, que ha escuchado a su director técnico y que está en el partido atento y preparado para avatares, porque la pelota a veces viene y a veces no, pero eso no significa que el partido se para. Conocer qué está pasando en el partido, comprender la naturaleza de tus compañeros, hacer el partido junto con ellos. La pregunta es cómo me voy a presentar diez minutos antes confiadamente. Yo no lo puedo hacer.
Hablando de compañeros, Natalia Lobo fue alumna de tu Instituto de Entrenamiento. ¿Seguís en tu rol docente o podés separar los campos?
Primero que en esta obra contamos con un director. Así como yo he intentado entregarme a las manos del director, y así como no he mezclado que yo dirijo y escribo, y no he mezclado que Oscar es un actor y un colega, del mismo modo me corro totalmente del rol docente.
Julio Chávez ha escrito y dirigido obras como Seis al cinco, Maldita sea (la hora) o Ronda (una historia aparte), una creación colectiva. En cine fue dirigido en La parte del león, La película del rey o Un oso rojo. Ha obtenido importantes premios y se reconoce «muy ambicioso» y amante de los desafíos. En televisión, un medio con el que mantiene una relación «a distancia» su último papel fue en Epitafios, la miniserie de HBO para América Latina que se vio en 2004, y donde puso especial atención para que el español neutro obligado no sonara impostado. Un ejemplo pequeño: decir «sentémonos» donde el guión dice «ven, siéntate».
«Soy un militante de la responsabilidad del actor —dice Chávez—, lo cual no significa que el actor esté obligado a estar bien siempre. Es como el trabajo de un cirujano, el hombre es responsable de comprender cuál es su trabajo, y su trabajo no es salvar a todos sus pacientes sino la seriedad y el entendimiento de lo que está haciendo».
No es casual que Chávez, amigo de metáforas y comparaciones, use la figura del cirujano. Es que en Extraño, la película de Santiago Loza, con Valeria Bertucelli, que se estrenó en 2004, Chávez interpretaba, precisamente, a un cirujano que por motivos que no se aclaran, ha dejado de ejercer. ¿Por qué? «Tal vez —conjetura hoy Julio Chávez— porque es un ser que estaba desesperanzado del dolor físico, advertía que ya estaba más ocupado en el dolor del alma. Ya no entendía el ser humano como un cuerpo al cual se abre, sino que le parecía que el dolor humano pasaba por otro lado y decidió tomarse un año sabático para internarse en ese otro dolor. Y, acostumbrado a escuchar al otro, puede ser un compañero piadoso».
Mañana Chávez se «interna» en otro papel, el de Rubén, el guardaespaldas de un ministro, en El custodio, con Adrián Andrada, Elvira Onetto, Vanesa Weinberg, Osmar Núñez y Julieta Vanina. «Es como si decidieses en una filmación donde hay estrellas hacer el seguimiento de un extra. La figura menos glamorosa, la más secundaria. Rodrigo (Moreno) decide poner ahí el ojo y hacer el seguimiento de este ser. No hay un solo tiro. La mirada no está puesta en la política argentina. Es como decidir contar la historia de un portero. Y además es un custodio que ama su profesión, que se siente protegido por la institución y cree en ella. Me acuerdo de mi papá. Mi padre era muy respetuoso de muchas leyes, era un amante de la puntualidad.»
Dicen que Julio Chávez también es amante de la puntualidad. Pero sobre todas las cosas, también, como su custodio, es un amante apasionado de su trabajo. Más aún. Dice Chávez: «Cultivo un espacio místico o creyente en relación al trabajo. Me congregué ahí, ahí construí mis ídolos y mis creencias».
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