Un Oso Rojo de Israel Adrián Caetano

 


Cuando «El Oso», el personaje principal del film, le da en un bolso el dinero recién robado a quién es ahora el marido de su ex mujer y padre sustituto de su hija, y éste le dice que no lo quiere por ser robado, «El Oso» le contesta: «…todo el dinero es robado…». Una de las mejores frases del cine argentino.
Un Oso rojo afianzó lo que todos pensábamos de este director después de haber visto su anterior film «Bolivia»; la de un tipo que sabe contar historias, que mamó mucho cine de chico y que (como él mismo dice) no pidió permiso para entrar al mundo de las películas. Su filmografía es bastante importante dentro del panorama del cine nacional y tengo la sensación de que Caetano no calcula sus movimientos. Creo que se juega en cada una de sus obras y en el fondo busca sentirse digno con lo que ha hecho.

Un Oso Rojo es la historia de un tipo que tras salir de la cárcel, quiere, intenta volver a tener lo más importante que ha perdido al estar encerrado: su hija. Ella lo ha esperado, ella quiere volver a verlo y a disfrutarlo. Ella siempre lo va a esperar, pero él, El Oso, no va a poder. La exquisita secuencia en la cual él va a ver a su hija al colegio (ella es escolta de la bandera) después de haber robado un auto que usará luego en un atraco, nos habla de esa imposibilidad de llegar a tiempo, la de poder hacer algo con su vida que no sea reincidir en el delito.

La inmensa presencia de Julio Chávez en la piel del Oso, nos muestra esa imagen de un personaje que sólo puede manejar el auto de una remisera, sus puños y las armas. Una y otra vez se le niegan las posibilidades de poder ejercer como padre. Sus limitaciones son las que van construyendo los obstáculos del guión de una forma en la que no nos damos cuenta de que esta historia estuvo antes escrita en un papel y luego se trasladó a la pantalla. Es una historia tan típica de la vida diaria y al mismo tiempo una historia única, gracias a la puesta de Caetano y a la humanidad que desprende Chávez y su Oso.

Caetano no se enogolosina con el conurbano, con la cumbia y otros tópicos de clase social baja. Equipara esos barrios y sus gentes a la de una ciudad del Far West. Allí vemos a quien le da trabajo al Oso en la remisera (un muy bien utilizado Enrique Liporace), que en las películas del oeste podría ser el médico borracho o el alguacil sin autoridad que siempre le dan una mano al héroe. También están los malos de turno, los bandidos sin código, esta vez en la figura de un tahur, interpretado por la sopresa del film: el mago René Lavand, que juega sus cartas en contra del Oso. Su ex mujer, mal vuelta a casar con un pobre tipo que malgasta su poco dinero en el juego, completan la galería de personajes de este apreciable film. Tal vez, lo único criticable del film sea la elección de los artistas que interpretan a estos últimos, me refiero a Soledad Villamil y a Luis Machín, que no llegan a dar con el rol para el que fueron convocados.

Hay un final increíble. Un final que es en si mismo un western. Y todo western que se precie de bueno, siempre tiene un sabor amargo.
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