No hay rey si a su lado no hay alguien dispuesto a hacer de súbdito.

Se estrena El Vestidor, que marca el regreso al teatro de Federico Luppi. Coprotagonistas y director adelantan detalles de la historia y su montaje.
Tuvieron que pasar cinco años y varias películas -algunas tan exitosas como Sol de otoño o Martín (Hache)- para que Federico Luppi volviera a un escenario. El regreso será este jueves, en la sala Pablo Picasso de La Plaza, encarnando a un actor talentoso en el crepúsculo de su vida. La pieza que coprotagonizará junto a Julio Chávez es El vestidor, de Ronald Harwood, que en el cine encarnaron Albert Finney y Tom Courtney. La relación entre el viejo protagonista de una compañía shakespeariana y su fiel vestidor cobrará materialidad gracias al director Miguel Cavia, quien condujo al elenco que también integran Mónica Galán, Elvira Onetto, Jorge Ochoa y Nancy Dupláa. «Es una pieza de estructura casi perfecta, de modo que si sale mal es por culpa nuestra -asume Cavia-. La obra propone una relación entre los personajes que el espectador debe poder descubrir más allá de lo que se dice.»

Para Luppi habrá sido una elección muy cuidada ésta que marca su vuelta al teatro.

No sé si una vuelta. Hice en el 92 Salven al cómico -observa el actor-. Y no es difícil para mí balancear el trabajo. Yo divido los personajes entre los que puedo y los que no puedo hacer. Digo Shakespeare, por ejemplo, o esos autores de enorme enjundia como Chéjov, Ibsen, Strindberg. Es el material con el que uno debería haber crecido como actor, pero no ha sido así. En El vestidor hay una aproximación a Rey Lear. Pero es una aproximación piadosa, sin una exigencia shakespeariana.

Luppi guarda un celo respetuoso hacia los grandes textos. Curiosa modestia en un actor de su prestigio, cuando insiste en que «para hacer Shakespeare hay que tener conciencia crítica del material, atreverse a eso es muy difícil. Hay que trabajar y pulir mucho, con un grupo bien asistido, para que el acercamiento sea real».

Julio Chávez exhibe, por su parte, una carrera caracterizada por la diversidad. El protagonista televisivo de Archivo negro viene de hacer La gaviota, dirigido por Augusto Fernandes, y habla con admiración de los clásicos, que «comunican de manera grandiosa la desesperación del hombre. Si no existieran esas grandes palabras el hombre reventaría. En esta obra mi personaje encuentra al actor, perdido en medio de un bombardeo, haciendo una escena de Rey Lear. El actor es un portavoz del sufrimiento de la Humanidad».

Pero aquí el personaje que da título a la obra no es el actor sino un opaco asistente. ¿Cuál es el peso dramático de ese rol?

Para mí -responde Luppi- actor y vestidor encarnan una dialéctica vieja como el mundo: la del amo y el esclavo. Una simbiosis: si uno no existiera habría que inventarlo. Pero a vos te sale mejor. Decilo -propone-.

Mi Vestidor -toma la posta Chávez- es un asistente absolutamente carente de talento, que ilumina los atributos del gran actor. Ambos se dan sentido mutuamente. El tema es que, para que algo brille, tiene que tener al lado algo oscuro. No hay rey si a su lado no hay alguien dispuesto a hacer de súbdito.

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