La TV se pone negra

 

Rodolfo Ranni parece cómodo en el nuevo papel que le han asignado esta temporada para la televisión. «Soy una especie de Philipe Marlowe», se jacta, con orgullo, en medio del rodaje de «Archivo negro», la nueva serie de suspenso con guión de Jorge Maestro, Sergio Vaimann y Gastón Pessacq, que se verá por canal 13 a partir de la primera semana del mes próximo.

Y no es para menos. A Ranni le gustan las semejanzas con el detective que hizo famoso Raymond Chandler en novelas como «El sueño eterno» y que pasó a la pantalla grande nada menos que en la piel de Humphrey Bogart. «Mi personaje, el comisario inspector Ferrari, tiene mucho de ese antihéroe de la literatura norteamericana. Yo también soy un solitario, un romántico y casi un perdedor», agrega, para que no queden dudas de las características de su nuevo personaje y de las semejanzas con con Marlowe.

Después de la confesión, Ranni se recuesta sobre el respaldo de una silla, a un costado de la sala del Tribunal de San Isidro donde se graban las escenas del primer capítulo de la serie. Hace calor y está cansado. Pero no importa demasiado: «En alguna medida, este cansancio es similar al que tiene Ferrari», dice, y se apantalla con un improvisado abanico de papel.

Su descanso, sin embargo, es breve. Enseguida, desde la sala del tribunal invadida por cámaras de TV, lo llaman para filmar la siguiente escena. Desde allí se escuchan las consignas del director, Fernando Bassi, que intenta ordenar a los extras y a los actores en este rodaje contrarreloj que llevará nada menos que diecisiete horas.

Hay apuro y se nota. Es que en el mismo día, el equipo debe terminar de grabar escenas de los tres primeros capítulos para salir al aire en abril. Por eso no hay descanso. Y por eso también, desde las siete de la mañana, Ranni, Julio Chávez, Daniel Fanego, Sandra Ballesteros, Emilio Alfaro y Alfonso de Grazia, se han puesto en la piel de sus personajes para protagonizar el primer caso de «Archivo negro».

En este ocasión, la historia de Julio Chávez, en su papel de Mateo Durán, un joven escultor, traicionado por su familia y acusado de un crimen que no cometió.

Las cámaras apuntan hacia la sala de audiencias repleta. Fanego y Ballesteros, enemigos declarados de Chávez en la ficción, siguen atentamente la escena desde la primera fila. En este capítulo, Ballesteros hará las veces de Ariadna, una mujer «perversa» según su propia definición, que primero se relaciona con Chávez y luego con Fanego.

Detrás de ellos, Julio de Grazia, mira a su amigo enjuiciado. Y todavía un poco más atrás el detective Ferrari, piloto al hombro y cara de ausente, sigue el juicio como un simple testigo ocular.

Pero todavía falta la escena principal: la lectura de la sentencia que declarará culpable al inocente Durán.

Antes de ese momento crucial, Chávez llama a los actores-policías que lo arrastrarán hasta la cárcel. Y en voz baja, les pregunta: «¿Tienen fuerza?». «Sí», contestan a dúo, un poco soprendidos por ese diálogo fuera de libreto.

Pero Chávez tenía motivos. Es que después de oír el veredicto, su personaje se desata en una furia incontenible y empieza a patear cuanta pared se cruza por su camino, volcando mesas, sillas y hasta golpeándose contra los barrotes de las escaleras del Tribunal. El ensayo se repite varias veces antes de grabar la versión final. Para ese entonces, el vestuario de Chávez luce bastante desmejorado con respecto a la escena anterior: la camisa está fuera, el traje un poco descosido y los pantalones completamente arrugados. Con ese panorama de fondo, la pausa se impone. Y los actores, agotados, salen a tomarse un brevísimo descanso. Tan breve como el que permite semejante ritmo de grabación.

Jueves 13 de Marzo de 1997

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